martes, 18 de diciembre de 2012

Proyectos

Mientras arrancaba el último trozo de celo, el orgullo me invadió. La torre de mis regalos de navidad era más grande que nunca, y todos comprados una semana antes. Adoro la sensación de adrenalina e ilusión que se crea cuando estas a punto de entregar un regalo a alguien. En mi caso, incluso mayor (y ya es difícil) que cuando los recibo. Es otra de las características que se incluyen en una personalidad como la mía, puedo encontrar la felicidad dándoles un poquito a los demás. Y eso que, tengo que admitir, no soy nada original y las navidades no es de mis fechas favoritas. Me maravilla la gente que tiene espíritu navideño y estos días esta más alegre solo porque llegan. Supongo que las excusas habituales para valorarlas a mi no me sirven... En ocasiones, intento catalogarlas y poder aferrarme a alguna consiga convencerme. Se junta toda la familia, no se hasta que punto eso es algo bueno, y también me pasa en verano pero en lugar de con abrigo, guantes y bufanda, con bikini y en la playa...no me vale. Hay vacaciones, no es mi caso, ya que para mi profesión, estos días son muy activos, y aunque así fuera, de nuevo también me pasa en verano y sin frío  Así que, esta tampoco. Recibes regalos, una vez más el verano lo eclipsa, ya que es mi cumpleaños y encima me ahorro el dinero de hacerlos a la inversa. Ya, ya lo sé. Esta actitud negativa no me pega nada, pero en estas ocasiones es cuando tiro de mi carácter inconformista y lleno de esperanza. Convierto la navidad en otro reto de mi vida. Cada año me propongo que pase algo que la haga mejor que la anterior, que sea especial.
Al pensar en objetivos, metas, ilusiones...es cuando me percato de lo competitiva que soy, incluso conmigo misma. Soy una inútil a la hora de sobrellevar mi existencia sin ir marcándome propósitos, y cuanto más difíciles sean más placer consigo con ellos. Me altera el concienciarme de hasta que punto me son necesarios para vivir. Y es porque, soy capaz de convertir cualquier cosa en un premio que me obsesiona conseguir, hasta a las personas. Me animo pensando que esto no tiene porque ser malo, siempre y cuando no haga daño a los demás. Pero me engaño pensando que alguna vez no he perjudicado a alguien con mi obcecación por sentirme deseada.
Me resulta interesante observar, cuanto de diferente puede ser una misma historia observada desde ojos diferentes. Como alguien puede creer que te ha conseguido conquistar, cuando en realidad, eres tu quien se propuso que él te conquistara. Soy una especialista en eso. En que alguien me guste y convertirme en su reto personal. Hacerme la inalcanzable es una de mis habilidades, depurada a lo largo de esos años en que he intentado ocultar mis sentimientos para no ser vulnerable. Sé, que puede sonar un poco manipulador, pero hay veces en que si no aparentas ser inaccesible, careces de interés para la persona a la que pretendes en un momento determinado. El temor a que me rechazaran, me ha llevado a ser de las personas que aparentan sentir una cosa y piensan otra diferente. Que muestran indiferencia cuando llevo días sin pensar en otra cosa.   No consigo recordar haberme propuesto algo, que antes o después, no haya conseguido, eso sí, siempre como si no hubiese sido mi intención.
Una vez más, me estremezco al ver lo frágil que soy. Como dejo que el miedo ante el aburrimiento me arrastre a plantearme como desafíos cosas que en realidad me trastocan. El problema es que el aburrimiento me empuja a,  hacer estupideces,  centrar mi atención en cosas que no lo merecen o a abrir puertas que ya estaban cerradas.
En ocasiones la falta de un fin propio, hace que nos conformemos con primero que pasa, con la primera persona que se cruza en nuestra vida mostrando disposición hacía nosotros. Siento que últimamente me he dejado llevar de nuevo. Que no he tomado decisiones y simplemente me he dejado arrastrar por situaciones que no me incomodaban. No es como quiero ser.
A partir de ahora soy yo quien elije, eso si...para tener una buena cifra de victorias y no acabar desfallecido antes de la guerra, hay que saber seleccionar las batallas.

martes, 11 de diciembre de 2012

Etapas


La caja azul estaba apoyada en mis piernas y no pude reprimir la curiosidad por abrirla. No soy de esas personas que guardan recuerdos de cada momento de su vida,  aunque en un tiempo me lo propusiese, soy demasiado dejada. Ese pequeño recipiente era el único resquicio físico de nostalgia que podía atribuirme. Me asomé a su interior y hallé cientos de fotos. El motivo de mi falta de sentimentalismo era precisamente esta sensación, la que me regaña por un corazón excesivamente caprichoso. La gente tiende a decir que es exigente, yo asumo que soy caprichosa.
En esas imágenes veía chicos que habían pasado por mi vida. Personas que, en un momento determinado, significaron algo para mí. Y una vez más, y dada mi situación actual, descubrí cuán inconsciente, irracional y masoquista es mi estúpido corazón. ¿Por qué es incapaz de enamorarse o permanecer enamorado de alguno de esos hombres maravillosos que han estado para mí? Es un tópico pensar que nos fijamos en la gente equivocada. Pero yo no hablo de un simple encaprichamiento de un chico malo, porque la gente lógica, acaban siendo lo suficientemente inteligente para optar por el bueno. Yo me vuelvo, total, absurda e irremediablemente chiflada por la gente menos oportuna para mí. No quiero decir que me enamore de malas personas, ni mucho menos que me traten mal. He de reconocer que he tenido mucha suerte, y siempre han sido fantásticos. Me refiero, a que siempre me enamoro en las situaciones más difíciles y enrevesadas que existen. No puedo dejarme llevar por un amor sano, sencillo y seguro. Mi camino es el de los amantes torturados, o separados, por una condición que esta presente desde el segundo uno de conocerle. Y por mucho que mi conciencia intenta alejarme y avisarme, haciéndome la dura y engañándome pensando que yo mantengo el control, ese estúpido y ávido de emociones me juega malas pasadas, atrapándome en un amor sin sentido, ni salida sin sufrimiento.
Tengo la teoría que existen fases. O al menos, es el consuelo que intento buscar para no pensar que siempre me veré en este lugar. Mi corazón ahora esta en la fase “necesito pasión y emociones extremas”, no importa el dolor que te vaya a reportar al final, merece la pena por cada momento de plenitud que has conseguido al mirar a aquella persona en esa relación descabellada. Mi esperanza es que, mi insensato compañero, llegue a la fase “quiero seguridad,  amor sincero y sin complicaciones”, ese que se transforma en un para siempre. Me entristece saber que ese tipo de personas y relaciones han pasado por mi vida. Que por si parte existía plena entrega, respeto, deseo y amor. Pero de nuevo llega el disparatado inconformismo que rige mi vida, y alguien que me aporta todo lo contrario aparece en mi vida. Él, una y otra vez. Por muy lejos que esté, por mucho tiempo que haya pasado, por poco que todo haya cambiado…ÉL. 
Supongo que el error esta en idealizar a la persona con la queremos compartir nuestra vida. Imaginamos a una persona perfecta para nosotros, alguien que sepa lo que quieres sin decírselo  que te de lo que necesitas sin perdérselo y que no encuentre tus fallos. Pero en realidad debemos buscar a esa persona a la que podamos decir lo que queremos, pedir lo que necesitamos y que a pesar de los fallos, siga estando para ti. No busco una "media naranja", soy una naranja entera que busca una piña, unas uvas o cualquier otra fruta que haga que mi zumo sea más sabroso. No debemos enfrascarnos en la ingrata hazaña de unirnos a una persona que nos complete, sino a aquella que nos aporta todo aquello que nosotros no somos. Y de ahí, que nos atraigan tanto los contrarios. Enriquecen nuestra vida con actuaciones que, por nosotros mismos, no tendríamos  ya que no corresponde con nuestra forma de ser. Aquel que, si eres tímida  te haga bailar como si nadie te mirase en el centro de una discoteca o que si eres impetuoso, pueda contenerte en situaciones límite.
Es ridículo pensar lo inapropiado, molesto y antónimo que sea a lo que siempre busqué o pensé que quería. Sólo él y el inoportuno amor.

martes, 4 de diciembre de 2012

Diversificación

Oía como el agua empezaba a hervir, la plancha estaba caliente y el pan tostándose. Mi hermana me miraba desde la encimera de la cocina, con su cara de algo se te va a quemar. Estaba cansada de repetirme que hiciera las cosas de una en una, que no se perdía mucho más tiempo y en cambio te asegurabas que todo saliese mejor. Supongo que eso es lo que envidio de ella, su capacidad para organizarse y dedicarle el tiempo necesario a cada cosa. El centrarse a cada momento en el propósito que tiene y que ese le pueda durar eternamente. Ella no ambiciona mucho, simplemente vivir bien y ser feliz.
Yo soy todo lo contrario, siempre quiero más. Y mis proyectos siempre tienen que ser a corto plazo, porque no soy demasiado constante y acaba llamándome más otra cosa.
Me resulta difícil de comprender a aquellas personas que, durante años, son capaces de marcarse un objetivo en la vida y dejar el resto del universo fuera para conseguir ser el mejor es eso que han soñado. ¿Que pasa si eso no funciona? ¿Si tu destino no es conseguir llegar al punto que tu te has marcado? La sensación de fracaso debe ser terrible. Se que yo, no lo aguantaría. Pensar que he dedicado todos mis esfuerzos, pasiones y motivaciones a algo, que finalmente no salió. Por eso, he sido tendente a la diversificación de mi atención. Cuando estudiaba, no solo estudie una carrera, porque tenia que mantener puertas abierta, si no conseguía ser una cosa, siempre podría llegar a ser la otra. Deportes, nunca me he centrado en destacar en uno, he preferido probar durante un periodo de tiempo varios, y así, no me llego a aburrir de ninguno.
Lo inquietante, fue descubrir que también lo hago con las personas. Echando la vista atrás, desde mi infancia, siempre he tendido a tener grupos grandes, para no centrar toda mi amistad en una sola persona. De hecho, solía tener varios grupos para no quedarme sola. Esto, como a cualquiera, me ha creado algunos problemas, ya que hay gente que lo interpreta como falta de compromiso. Aunque todo tiene sus ventajas, y es que, tampoco soy muy exigente con la gente de mi alrededor. No soy absorbente, ni celosa.
Puedo empatizar con la gente que cela, porque temen que les abandones, que les engañes, que les dañes. Pero prefiero pensar que si alguien te quiere de verdad, no hace falta tener celos de nadie, siempre estará en tu vida, aunque por ella pase más gente. ¿De qué sirve angustiarse, llorar, o cualquier otra reacción natural frente a los celos? Sí alguien pretende engañarte, no importa cuanto le expreses tu malestar frente a la situación, lo hará y punto. Solo te queda confiar en que no lo va a hacer, y que si lo hace, tendrás la fuerza suficiente para alejarte de quien que no te merece.
Son concepciones de la vida diferentes, y al observarnos a mi hermana y a mi en la misma habitación, veo que no hay una acertada y otra errada. Cada uno elige su camino y a cada uno nos lleva a un punto. A vivencias, relaciones, actitudes diversas. Es más, a pesar de que tu visión de la vida sea tan dispar, en ocasiones, el resultado es bastante semejante. Esto se debe a que el ser humano, por mucho que nos disguste, es predecible. Y pesar de que no nos guste admitirlo, todos acabamos ambicionando cosas muy parecidas.
Aunque, matizado por nuestras personalidades, buscamos cariño, comprensión, éxito... ¡FELICIDAD!
Esto, no implica la ausencia de preocupaciones, desilusiones...y demás sentimientos negativos, sino la capacidad de superarlos y gracias a ellos apreciar con más fuerza las cosas buenas. Porque seamos sinceros, si nos acostumbrásemos a que siempre todo fuera rodado, el día que nos topáramos con un contratiempo, se nos hundiría el mundo y no sabríamos solucionarlo, y para que negarlo... la vida sería rematadamente aburrida.
Me giró de nuevo hacia mi hermana, con sus enorme ojos verdes, mirándome, analizando mi ensimismamiento y apreció una mueca en su boca expectante.
¡Mierda! El agua se me ha salido y el pan se ha quemado.


lunes, 19 de noviembre de 2012

Dislexia emocional


¿Cuántas veces te tiene que pasar esto, para que no dejes que te suceda? Me lo repetí, una y otra vez, mientras miraba el techo de aquella habitación. ¿Cuántas de mis normas había sido capaz de romper en una sola noche? ¿Y todo por qué? Pues, muy evidente. Porque, el exceso de alcohol en  sangre, hacía que no controlara la incombustible sed de sexo que en ocasiones me asaltaba. Empecé a enumerarlas.

Primera.- Dejarme llevar por la terrible influencia de mis amigas y beberme los últimos cinco chupitos de tequila. Soy perfectamente capaz de controlar mis impulsos serena, pero borracha, es otra cosa. Y el problema es que cuando se me pasan los efectos, pueden pasar dos cosas. Una, que mi subconsciente decida que es mejor borrar el recuerdo y deje una gran agujero negro, o dos, que recuerde mi descontrolada actitud y me abochorne tanto que desee que suceda la opción numero uno.
Segunda.- Una vez que he salido, sin haberla liado, de la discoteca y he llegado a mi casa, continuar con el estúpido juego del tonteo a través del móvil. Ese juego, que tanto me gusta, se queda en sitios públicos y visibles, donde sé que no puede llegar a nada más.
Tercera.- Ir a su casa. A su cama. De un coche se escapa con facilidad. En una casa, hay que dar explicaciones o inventarte excusas y odio ambas opciones.
Cuarta.- Y la peor. Que el compañero de jugueteo sea un amigo. Si, alguien al que tengo un cariño previo. Siempre acarrea problemas. Esa norma, nunca y digo NUNCA, la rompo. Hasta hoy. A veces, me encontraba en la situación de que por mi carácter coqueto y cariñoso, alguno se confundiera e impulsado por un envalentonamiento momentáneo intentase algo más conmigo. Y ellos agradecían más que yo, mi capacidad para ignorar esos sucesos y continuar mi vida, nuestra vida, con plena normalidad. Como si nunca hubiese ocurrido. Pero conmigo y mis errores, no solían tener tanta piedad.

Empecé a revolverme en la cama, motivada por ese nudo que se te hace en el estomago cuando sabes que vas provocar una situación incómoda. Vamos, tu puedes, tienes que salir de aquí y ya.
Me senté y palpe el suelo en busca de mis bragas. Mierda, estaban mas lejos de lo que esperaba. En la otra punta de la habitación. Vale, un respiro, mi vestido estaba más cerca. Me levante y lo cogí. Note como sus ojos se clavaban en mí.
-         ¿Dónde vas? - Su voz sonaba gutural, estaba prácticamente dormido.
-          A casa. Estoy cansada, necesito dormir. – Por favor, que no me lo pida, que no me lo pida.
-         Quédate a aquí. – Mierda.
-      No duermo bien acompañada. – Continúe con mi expedición para la búsqueda de mi ropa sin mirarle, me estaba imaginando su cara.
-    Roxanne, ya has dormido conmigo otras veces. – Tiró de mi mano esperando que volviese a la cama, obviamente, no sucedió.
-        Tú lo has dicho. He dormido pero nunca había hecho lo que acabamos de hacer. – Ya casi estaba, a por los zapatos y podría correr. Tenía razón, habíamos compartido la misma cama una decena de veces, pero no pasar la noche con alguien con quien me he acostado. A no ser que haya sido merecedor de que quiera repetir, pero nunca para dormir.
-     Ahhh, ya veo. Contigo o se hace el amor o se duerme. No sabía que fuesen incompatibles… - Notaba la desilusión en su voz. ¿Ves? Por esto no haces estas cosas con gente a la que aprecias, estúpida.
-        Si, bueno…algo así. Lo siento. – Y salí corriendo de allí como si acabase de sonar el pistoletazo de salida.

Una vez en el coche, terminé de recomponerme. No pretendía que alguno de mis nuevos vecinos se cruzara con una prostituta trasnochada. Que es exactamente como me sentía, ahora mismo. Es increíble. Puedo tener sexo perverso y duro con un completo desconocido y llegar a mi casa tan tranquila, en cambio, me acuesto con alguien dulce, cariñoso, que quiere cuidarme, y me siento sucia.
Soy una disléxica emocional. Sonará raro, pero no se me ocurre un término más adecuado para mi discapacidad de entender y reaccionar ante los sentimientos. No puedo asociar la ternura, con mis peculiares gustos sexuales. No es que no me guste el sexo convencional, pero, no me llena. Es la misma sensación que cuando pides por regalo de cumpleaños a tu madre tus primeros zapatos de tacón. Tú te imaginas unos sexys y altísimos tacones, y al abrirlo, solo son unas cuñas. No es que no te gusten, solo que no es lo que querías. Y no me veo capaz de pedirle a alguien con que me quiera, que me haga las cosas que me excitan. Parece ridículo, lo sé. Pero la gente que me conoce, tiene una imagen de mí que me gusta. Delicada, sensible, centrada y ligeramente picara. No una pervertida a la que le gusta que le aten. Y uso la palabra pervertida no como algo despectivo, él me enseño a tener la mente abierta. La gente que te quiere, es incapaz de entender, que te gusta que te dañen (con ciertos límites).

En ese momento, mirándome al retrovisor de mi coche, retrocedí un año. Al día, en que él me habló de la necesidad de confianza, después de nuestro primer y revelador encuentro. Como me pidió que dejara mis inhibiciones en la puerta y no tuviese miedo de pedirle cualquier cosa, porque él lo haría conmigo. Con él aprendí a diferenciar el amor, del sexo. El cariño, del deseo. Y, que solo me saciaba cuando me dejaba llevar sin sentir culpabilidad ni vergüenza por mis necesidades.  ¿Esto me condena a una vida de sexo sin amor, o amor sin satisfacción? No. Solo necesito encontrar a la persona adecuada. A alguien que sepa darme cariño en la vida cotidiana, y dejarlo a un lado cuando empieza el juego. Y desde luego, esa persona no estaba entre mis amigos.


lunes, 12 de noviembre de 2012

Absurdo castigo


Mientras daba vueltas a un café que ya no lo necesitaba, sentí la imperiosa necesidad de volver a leer la carta. Pero me conozco lo suficiente para saber que eso solo provocaría que idealizara cada letra, cada silaba, cada palabra y las cargara de un valor que no tenían. Esa carta no cambiaba nada y en lo único que debía centrarme es en los momentos reales que habíamos vivido y en que era lo único que nos podíamos ofrecer el uno a otro.
Estaba enfadada, me sentía vulnerable y lo único que quería era castigarle, con mi indiferencia y con mi absoluta ignorancia a ese acto de cobardía y egoísmo que había hecho. Pero nunca he valido para castigar a nadie, porque en el amor, cualquier tipo de amor, no hay que castigar ni dañar. No he conseguido entender nunca a esas parejas en las que uno rompe la relación, por el motivo que sea, y después descubren que ha sido un error. Y el otro, a pesar de seguir profundamente enamorado decide alargar la agonía poniéndole absurdas pruebas por medio para que demuestre su valía. A ver…si sigues enamorado del otro ¿No será  porque ya se lo ganó y a conciencia? Además, es estúpido, también te estas castigando a ti manteniéndote alejado cuando lo único que quieres es estar con el o ella. Pero nos empeñamos en que nos tienen que demostrar que han cambiado, que no te van a volver a dañar, que esta vez va a funcionar sin lugar a ninguna duda… DESPIERTA!! Nadie, por muchos castigos, mucho tiempo de reconquista, muchas demostraciones y castidad absoluta, puede asegurarte eso y lo único que esta haciendo es perder el tiempo. Perder tiempo de disfrutar de sus besos, de su compañía y de vivir el amor.
Es como ese refrán o frase popular “Pan para hoy, hambre para mañana” perfecto, hoy tengo pan. ¿Por qué tengo que dejar de comer hoy, para supuestamente asegurar comer mañana, cuando no esta asegurado? ¿Hago un acto de fe y sacrificio pasando hambre hoy, cuando puede que mañana no pueda comer tampoco? Pues lo siento mucho, yo soy de las que si tiene hoy, me lo como hoy, y con un poco de suerte mañana me buscaré la vida para conseguirlo también. En el amor pasa lo mismo, ¿Por qué voy a dar mil trecientas cincuenta y cinco vueltas a volver o no, a arriesgarme a vivir juntos o no, o dar cualquier clase de paso que en la actualidad, si, AHORA, me va a hacer feliz, pensando que mañana me puede hacer daño? Os informo de una terrible realidad, las vueltas son originadas por un miedo irracional que te impulsa a no realizar cambios en tu vida y a vivir con pies de plomo. Todas esas indecisiones con que nos torturamos durante horas, días o semanas, o el tiempo que dedicamos a buscar todas las cosas negativas que podrían pasarnos si damos el paso y que esperamos a llegue una señal del universo que nos indique, sin ningún margen de error, que es la decisión correcta y que no llegará nunca, no va a evitar que se estropee o acabe. Las cosas hay que vivirlas, disfrutarlas, saborearlas y si se acaban, ser felices con el mero hecho de saber que en un momento determinado, te hicieron muy feliz.
Nuestra vida estará llena de relaciones y situaciones que acabaran mal, pero si al recordar a alguien o algo, existe un detalle que te inspira una sonrisa, un recuerdo que te hace feliz por un segundo, eso habrá merecido la pena. Y es que son esas cosas buenas de las que hay que llenar la vida, y la seguridad absoluta de una vida en la que no tomas ninguna decisión arriesgada, no te las proporciona.
Y eso exactamente lo que me pasaba al pensar en él.
Así fue cuando caí en la cuenta, que ya le había castigado más de lo que nunca habría querido, y sin darme cuenta. Durante semanas, que yo no sabía de la existencia de la carta, él había estado hablando conmigo sin decir absolutamente nada. Había pensado que yo no estaba capacitada para darle una respuesta tan sincera y exponerme como él lo había hecho y lo respetó. Una vez más, consiguió sacarme una sonrisa.
Por unos minutos me debatí entre, ser cobarde y aprovechar la marea creada y no pronunciarme sobre su declaración; o bien, decirle lo que opinaba sobre lo que me había confesado. La primera opción era fácil, como a mi gustaba, pero cruel. La segunda, simplemente no podía hacerla, porque solo nos haría daño. Así que encontré una entremedia.
Un mensaje, claro, conciso y que dejará claro que la había leído y que me había gustado, pero que era mejor dejar el tema como estaba. “Gracias por ser así. Tan imperfecto para mi!! ;)”



lunes, 29 de octubre de 2012

La carta

La noche anterior había sido una verdadera locura. Mi cabeza aún daba vueltas debido al exceso de copas a las que me habían invitado en esa fiesta que visite sin estar invitada. La ausencia de vergüenza de Rox me había llevado a conocer a gente cada vez más interesante que posiblemente nunca habrían intervenido en la vida de Roxanne.
Estaba dolorida después de la escapada al baño con el joven belga de ojos profundamente azules y labios carnosos que tanto me había recordado a él. Le habrían encantado cada uno de los movimientos con que obsequie a mi pálido compañero.
Fue entonces, al rememorarle, cuando recordé que mi maleta seguía sin deshacer. Hacía más de una semana de mi visita y no había conseguido sacar ni un segundo para devolver cada cosa a su sitio. En realidad, es posible que no lo hubiese hecho por la nostalgia. Ver mi equipaje allí, debajo del perchero, me hacía sentir que no hacía tanto tiempo de nuestra despedida. De nuestro adiós. Pero hoy era el momento, tenía que dejar atrás la hermosa fantasía que durante un fin de semana largo habíamos creado.
Coloqué la maleta verde sobre la cama, con delicadeza, como si algo de él todavía permaneciese ligado a ella. Abrí la cremallera lentamente, con mimo, sin prisa por sacar cada uno de las camisetas que él había tocado, los pantalones que él había desabrochado o los vestidos que me había quitado. Y la vi.
Una pequeña hoja blanca doblada a la perfección se apoyaba sobre mi ropa. El corazón se me acelero como nunca lo había sentido. Las nauseas me asaltaron, no se si provocadas por la resaca o por el torbellino de sensaciones que se estaban agolpando en mi cabeza. Me quede en blanco, mirándola y sin moverme. Por un segundo pensé en lo ridículo de mi actitud al comportarme así sin ni siquiera saber que contenía. Podía estar a punto de desmayarme por cualquier cosa, incluso un menú de un bar o una hoja de publicidad de las que dan por la calle. Respire hondo, hasta llenar el ultimo espacio disponible en mis pulmones y la cogí.
Obvio no era ningún folleto, era su letra, esa que había visto en la hoja con frases de motivación que colgaba en la puerta de entrada de cada una de sus casas. Esta vez las frases eran para mi, y no sabía se estaba preparada para leerlas. Aun así lo hice.

Hola sinvergüenza,
Aún tendrás la boca abierta después de haber encontrado esto aquí escondido, y te preguntarás porque lo he hecho. Y es que estoy en deuda contigo, te debo palabras que si te dijera frente a frente jamás escucharías guiada por tu orgullo y desconfianza hacía mí.
Estos días contigo, han sido probablemente de los más intensos de mi vida y no solo porque hayas cumplido con cada una de las promesas sexuales que me hiciste a lo largo de los meses, sino porque aún sin saberlo me has dado cosas que hace mucho necesitaba.
¿Recuerdas el día que me preguntaste que te diría si supiese que es el último día que te veo? Te enfadaste conmigo porque mi respuesta fue menos profunda de lo que supongo que esperabas, aunque tu ya estas acostumbrada, tu me conoces mejor de lo que piensas y aun así me besaste con esa fiereza que te caracteriza. Fue esa tarde, cuando llegue a casa y tú estabas dormida en la tumbona de la terraza, tapada con una manta y uno de mis libros sobre el pecho; mientras el sol, que ya se iba, brillaba en tu pelo y tu sonrisa dejaba a la imaginación lo dulce de tus sueños, cuando tuve claro lo que ya sospechaba pero nunca te habría dicho. La respuesta que buscabas el día anterior.
Que estoy absurda, total e irremediablemente enamorado de ti. Posiblemente desde el primer día que te vi y pensé lo loca que estabas. Desde que había sentido la necesidad de saber de ti cada día. Desde que me obsequiabas con tu sonrisa cuando la atención de la gente no nos dejaba la oportunidad de acercarnos. Desde que solo con que me mirases me alegrabas en día. Desde que a pesar de lo estúpido de mis reacciones siempre me perdonabas y hacías como si nunca hubiese pasado. Y por supuesto, desde el día que llamaste a la puerta de mi casa por primera vez y vi esa cara de traviesa mezclada de culpabilidad por lo que sabíamos que empezaba en ese momento.
Supimos desde el principio que esto no sería fácil, y guiados por la ingenuidad de que podíamos controlar lo que sentíamos y que nunca nos sobrepasaría continuamos con ello. Hoy con el miedo real de no volverte a ver, necesitaba decirte todo esto. Y que posiblemente si nuestros caminos se hubiesen cruzado en otro tiempo, con otras circunstancias…nadie habría conseguido que me alejase de ti ni un solo segundo.
No espero respuesta a esta carta. De hecho, conociéndote harás como que nunca la has leído. Pero quiero decirte: GRACIAS POR SER ASÍ! Perfecta para mí.
J.

Una lágrima resbaló por mi mejilla para acabar cayendo sobre la J de su firma que me dieron ganas de besar. Luego me enfadé y la arrugue decidida a tirarla. Finalmente la volví a doblar por las marcas ya hechas y la guardé de nuevo en el lugar de donde nunca debió salir, el bolsillo más recóndito de una maleta.



lunes, 15 de octubre de 2012

Evasión


Tras las últimas desilusiones vividas, me sentía triste, negra y vacía. El dolor se había dedicado a ensombrecer, una por una, las cosas que podrían haberme animado ese día. Y por más que me proponía ser las que me había prometido, se me antojaba demasiado difícil y hoy no tenía fuerzas para resistirme a más adversidades.
Mirarme al espejo fue realmente doloroso esa mañana. La chica feliz, de ojos brillantes,  mejillas enrojecidas y sonrisa permanente; había dado paso a una tez pálida, ojos hinchados y enrojecidos y gesto torcido. Ni los maquilladores de avatar habrían podido ocultar tanto abatimiento, y yo tampoco estaba por la labor de intentarlo.
Después de cumplir con todas mis obligaciones para con el mundo, nada había cambiado, seguía sin un aliento que consiguiera impulsarme a más que moverme por simple inercia. Al llegar a casa el reflejo no había cambiado, me acerque aún más y me mire fijamente a los ojos. Me introduje en mí, profundice, busque la chispa que debería estar ahí, que tanto me había costado conseguir, pero había desaparecido. En ese mismo instante el fuego se encendió, cual bomba que vuela por completo un edificio en ruinas. Eso era yo en ese momento, algo desahuciado, sin esperanza, sin ningún valor que poner sobre la mesa, en ruinas. Se acabó.
Esa noche estaba en huelga de sentimientos, no había alma oscurecida, ni corazón herido, ni cabeza con la que fustigarse por dejarse dañar de nuevo. Hoy mi corazón era un poco más duro y supe en un décima de segundo que era lo que tenía que hacer.
La Roxanne que se habría quedado llorando en el sofá, ahogando cada sentimiento en todos los alimentos que hubiese a su alcance para acabar en una visita al baño ayudándolos a salir de nuevo, había muerto. Gracias a el no existía. Él me había mostrado mi poder, me había enseñado otra manera de sepultar esas sensaciones. Una manera no se si más sana, pero si más divertida y sin repercusiones en mí.
Ya no podía llamarle a él. No estaba. Y tampoco podía recurrir a nadie que formase parte de mi vida, porque eso cortaría las alas de la fantasía, de todas las lecciones recibidas sin pedirlas.
Me puse el vestido más corto y sexy que encontré en mi armario, el negro asimétrico y drapeado en la cintura que tanta suerte me había dado en ocasiones anteriores. Ojos ahumados, ocultando la falta de sueño y labios rojos que ocultasen la mueca decaída que yo podía percibir.
 Hice lo que yo nunca habría hecho. Fui a un bar, sola. El más alejado de mi casa, en el que nadie me reconocería. Recordaba haber ido allí hace mucho tiempo, no conseguía vislumbrar con quien, solo que me había resultado muy sórdido e interesante. Me senté en la barra y pensé que bebería Rox, la bailarina a la que hoy iba a interpretar. Sería argentina y estaría en la ciudad para un espectáculo de tango que se estaba preparando en cualquier teatro cercano.
En apenas unos minutos un hombre alto y castaño se sentaba a mi lado. Rozaría la cuarentena y olía a perfume. No estaba acostumbrada a hombres con perfume. Se le veía serio y seguramente estaba casado, aún se tocaba el dedo donde llevaba el anillo. Se percibía su experiencia, no era la primera vez que hacía eso. Su pantalón de traje negro era caro, y encima una camisa blanca, con los dos botones más cercanos al cuello desabrochados dejando ver un pecho firme de piel morena. Seguramente la chaqueta y la corbata que completaban el atuendo estaban en el coche, se lo habría quitado antes de entrar para parecer más informal.
Una hora después estábamos en el asiento del copiloto de su coche, un mercedes negro de tapicería blanca. Yo estaba encima de él, moviéndome al ritmo que el supuesto tango que estaba ensayando para mi espectáculo me marcaba. Sus manos acariciaban mi pecho y bajaban hasta mi cintura para favorecer el trote que tanto le estaba satisfaciendo. Me excitaba la falta de sentimiento, la ausencia de dudas y la presencia de ese descaro en mí. Apoye las manos en el techo para frenar, los cada vez más bruscos, movimientos que mi alterego en combinación con él producían. Le notaba en mí, sentía el poder, el deseo que en se despertaba y como el aura que mi personaje había creado estaba dando sus frutos. Me miraba con intensidad, directa a los ojos, cuando note las palpitaciones que en los hombres delata la llegada del clímax, y así fue. Le agarré la cara con las dos manos y bese sus labios, mas bien devoré su boca cual premio que otorgas por el trabajo bien hecho.
Esa noche estaba desinhibida, no había prejuicios. Como él me había indicado, en el sexo no tenía que existir el miedo, ni la vergüenza. Solo el deseo, el placer y el arte para alcanzar la locura que en tu vida cotidiana no conseguías. Seguramente si el encuentro no hubiese sido en un coche podría haber revivido alguna de las peticiones que al principio tanto me escandalizaban por el temor a dar una impresión equivocada, o que alguien se enterase de mis peculiares y recién adquiridos hábitos.
El sol me despertó acariciándome la cara, abrí los ojos y noté como el rubor se expandía por mis mejillas al recordar. En el espejo la desazón había desaparecido y la chispa volvía a estar allí.

lunes, 8 de octubre de 2012

Verdad o Realidad


Últimamente no estaba muy acostumbrada a tener día de fiesta. Veinticuatro horas en las que no tienes ningún tipo de obligación laboral y puedes dedicarte a ti misma.
Desde que me había afianzado en mi trabajo, el volumen de mi tiempo libre se reducía por semanas.
Por eso cuando me encontré con un jueves en el que, gracias a mi cada vez más hábil organización y la coincidencia de que fuese fiesta nacional, no tenia absolutamente nada que hacer me quede en blanco.
Intente seguir mi rutina el máximo tiempo posible, levantarme a las 8, visita al gimnasio, té en el sofá mientras veía la actualidad…la desorientación llegó a las 10 cuando yo, normalmente, debía salir hacía el estudio para organizarme las labores diarias. Hoy no tenía que hacerlo, hoy era libre. Fue cuando me di cuenta que no tenía ni la menor idea de que invertir esas largas horas desocupadas que se me presentaban. Y es que, la libertad mal gestionada te encierra en una cárcel mayor que cuando no existe tal libertad.
Me acerque a la nevera y leí esa lista de cosas, que a diario apuntaba como pendientes y que nunca tenía tiempo para llevar a cabo. Eran, en su mayoría, tareas del hogar que me resultaban incomodas y poco apetecibles pero que si no hacía hoy, no serían hechas nunca. Arranque el pequeño papel amarillo que se había convertido a lo largo de las semanas, desde que vivía sola, en una encadenación de seis post-its que me decidí a hacer por orden de antigüedad. A las 12:30, cuando había tachado la última de los dieciséis guiones de la lista, no todas llevadas a cabo con la profundidad que mi madre me habría requerido, la sensación de orfandad volvió. Hasta aquel día no me había percatado del cambio que había experimentado y no solo mi vida, sino mi personalidad.
Supongo que cuando los cambios son sutiles y se producen poco a poco es más difícil detectarlos hasta que te chocas contra ellos. Tal vez, para la gente que convive contigo es más fácil reconocerlos, o incluso para la gente que te conoció en un tiempo atrás y por cosas del destino, mi tan venerado destino, te vuelves a cruzar. Porque cada uno vivimos una realidad, nuestra realidad. Y con un poco de suerte conseguimos que esa realidad se coordine con la de personas que caminan a nuestro lado.
Nunca he entendido cuando, en un programa de televisión, escucho a alguien decir que va a contar su verdad. ¿Su verdad? ¿Es que existe una verdad para cada uno? Yo creo que no. Que en todo caso, lo que van a compartir con lo demás es su visión de la realidad.
 La verdad es algo objetivo, inalienable. De ahí, que cuando no se puede asegurar algo con total certeza se diga que no es una verdad absoluta. Pero la realidad, eso es algo diferente. La realidad es la interpretación que cada uno, como ser independiente, hacemos de las vivencias que suceden en nuestro día a día. Nadie puede ser objetivo con la realidad. ¿Cómo se puede intentar analizar desde fuera, algo que has vivido tú, que te ha sucedido a ti, que has sufrido en tu piel? De hecho, es bastante curioso como puede cambiar la percepción que has de una discusión, una declaración, un acontecimiento o cualquier otra cosa; dejando pasar un lapso de tiempo. Y la verdad de lo que paso no ha cambiado, si lo ha hecho tu visión al enriquecerla de más experiencia, de más edad, de mas conocimientos o simplemente, de otra perspectiva.
Algunos ejemplo en mi vida de distorsión entre mi realidad y la verdad, se me han aclarado ahora que me he puesto a pensarlo.
Mi realidad: Solo es sexo no significa nada; puede estar con quien quiera, no soy celosa; si esta conmigo es porque me quiere y si no que se vaya, no me importa.
Verdad: Si no me ha llamado después de acostarnos es porque para el solo era un polvo más; no puede importarme que este con otras porque no soy nadie para él y voy a sufrir; ¿Por qué ya no quiere estar conmigo? Yo no he cambiado ¿Que he hecho mal?.
Y esto podría ser una enorme lista, que ocuparía mucho más que seis post-its si analizara punto por punto cada dimensión de mi vida y la cantidad de adornos que voy poniendo en mi realidad, para no enfrentarme a la dolorosa verdad. Pero… ¿Sabéis qué?
Al final la que vive conmigo misma a diario soy yo, así que voy a decorar mi realidad tan bonita como pueda cada segundo. Esto no significa que me engañe, se lo me espera hay fuera, sino que mi única meta en esta vida es ser tan feliz como pueda y si para ello, es necesario maquillar la vida…pásame el pintalabios rojo que hoy es un día para estar seductora.

martes, 2 de octubre de 2012

Piedras


Es curioso como puedes pensar que has dejado un tema zanjado, y que, en cuanto te tumbas en la cama dispuesta a dormir vuelva a asaltarte como si de una banda de cuatreros se tratase. Se apodera de tu mente no permitiendo que nada mas ocupe tus pensamientos, en mi caso, hasta que provoca tal dolor de cabeza que me imposibilita conciliar el sueño.
Hace un tiempo hable de los diamantes de nuestra vida, esa gente que te aporta, te mejora, te hace crecer; incluso sin que tú ni ella os deis cuenta. Pues, como en todo en esta vida, también existe la otra cara de la moneda, su yang, las piedras.
Piedras, son aquellas personas que te empeñas en mantener en tu vida a pesar de que no exista ningún motivo para ello. Gente a la que te esfuerzas por justificar, una y otra vez, no solo frente a los demás, también frente a tus ganas de alejarla de ti cada vez que te dañan. Y no es que te provoquen dolor de manera intencionada, simplemente que el ímpetu que tu pones por autoconvencerte de que merece la pena mantenerlos a tu lado, es incluso mayor que el que ellos mismo aplicarían si les dieses la oportunidad de que fueran  los que tuviesen que  exponértelo. Creo que ese es el motivo por el que no suelo enfrentarme a ellos. Dejo que pase, porque al final, la energía que se habrá agotado es la mía y ellos… las piedras son insensibles, inquebrantables y a veces tan grandes que eres incapaz de moverlas.
Tengo la teoría, que cada persona tiene un número de lagrimas asignadas que eres capaz de derramar por ella. Evidentemente no es un número al azar, ni una cantidad igual para todos. Es proporcional a la cantidad de alegrías que te ha proporcionado, de las sonrisas que te ha inspirado y de los momentos inolvidables que habéis compartido. Cuando alguien te defrauda, o te daña, lloras y vacías un poco ese cubo de amor que has ido llenando poco a poco y te duele. Cada gota que dejas salir, duele tanto como si te atravesarán el corazón, como si te estrangularan las ganas de querer y no te permitiesen respirar. Pero a pesar de ello, aunque ocurra en varias ocasiones, si lo merece, tendrá la oportunidad de volverlo a llenar y que olvides lo que sucedió. Y tengo que agradecer que la mayoría de mis cubos estén rebosantes y nunca me ha costado en demasía perdonar.
El problema llega cuando las desilusiones se suceden demasiado seguidas. Cuando no te dan tiempo a recuperarte del primer golpe, cuando ha llegado el siguiente. Cuando ves el fondo del cubo con total claridad, porque lo han dejado sin lágrimas. Cuando el dolor de sus acciones desaparece y da lugar a la ira, o peor aún a la total indiferencia, a algo que era previsible… ese es el momento en el que debes reconocerte que esa persona es una de tus piedras. Alguien que te resta más de lo que suma a tu vida, que provoca más dolor que felicidad. Y aquí llega el conflicto, ¿Qué puedes/debes hacer cuando se evidencia la condición de piedra de alguien a quien apreciabas? ¿De una persona a la que has cuidado y querido? No siempre puedes eliminarla de tu vida por completo, ya que hay más lazos que los propios uniendo vuestros caminos. Es en esas ocasiones, en las que más fuerte y grande te tienes que hacer, relegándolas al lugar que se merecen en tu lista de prioridades, el sitio que sin querer verlo tú has ocupado en su vida.
Soy una persona que necesita amor en su vida, pasión que no solo me lleva al enamoramiento ciego común, también me enamoro constantemente de la gente que no me falla, que me apoya y guía en el laberinto de emociones que es mi día a día. Y si esos caminos los recorro con una mochila pesada y que me dificulte el viaje, será porque estará llena de diamantes, diamantes más duros y pesados que las piedras pero con infinito valor.

lunes, 1 de octubre de 2012

La visita


A penas me había dado tiempo a mentalizarme, a pesar de las seis horas que había recorrido en coche para llegar hasta aquí. Notaba el corazón latiendo en mi boca, mientras que recorría una a una las vetas de la enorme puerta de madera que tenía frente a mí.
En una mano mi pequeña maleta verde, que en tantos viajes me había dado servicio; en la otra en móvil con el ultimo whatssap recibido de el hacía unos segundos donde se lamentaba de que por segunda vez tuviésemos que anular nuestro encuentro  y esta vez fuese por mi culpa. Fue como si la cordura asaltará mi cuerpo por unos segundos, porque lo único que me parecía lógico en aquel instante era darme la vuelta, subirme al coche y volver a casa, olvidando que esto había sucedido en algún momento de mi vida. Entonces le oí.
Después de meses sin vernos, sin tocarnos e intentado espaciar nuestras conversaciones lo más posible para no añorar demasiado, allí estábamos. Separados por una simple pared.  Si el día que nos enteramos de su marcha, alguien se hubiese atrevido a fantasear con que esta situación podía producirse, mi carcajada habría resonado hasta en China. No sé si se era a causa de nuestra bipolaridad o de la extraña adicción que habíamos desarrollado el uno por el otro, pero por muchos motivos que teníamos para alejarnos y las facilidades que el destino nos proporcionaba para hacerlo, siempre acabábamos en el mismo sitio. Estaba convencida de que el universo no aprobaba este encuentro, de hecho, al igual que casi siempre, se había llevado a cabo después de otro intento fallido e impulsado por la locura transitoria que el me inspiraba. Esa misma que me impulso a llamar al timbre, evitando que los nervios y el miedo me hiciesen sufrir un ataque.
No tardo mucho en oírse la llave girar al otro lado y ver como la puerta se abría poco a poco hasta dejarme ver su cuerpo por completo. Vi como sus ojos azules aumentaban al doble de su tamaño habitual, al recorrerme centímetro a centímetro. Primero la cara, disminuyendo el ritmo en el ligero escote que quedaba al llevar desabrochado el primer botón de mi vestido, caderas, piernas, pies y vuelta a mi cara, a mis ojos. No fue necesario ningún tipo de preámbulo, ensanchó su perfecta sonrisa, cogió mi mano y me dirigió al interior.
Se notaba la ansiedad en cada beso, el deseo en cada caricia y las ganas acumuladas en la infinidad de conversaciones cargadas de detalles tan explícitos que haría sonrojar a un escritor erótico. No había mas que decir, era el momento de llevar a la acción cada detalle y fantasía sórdida que habíamos expresado por escrito durante el verano. Sus manos parecían desesperadas por recorrer cada parte de mi cuerpo, por arrancar mi ropa y permitir de una vez por todas que nuestras pieles volvieran a rozarse.
Debían de haber pasado horas. Para cuando recuperamos la conciencia y volvimos  a la realidad había anochecido y cada rincón de su casa había sido testigo de lo mucho que nos echábamos de menos. Estábamos agotados, escuchaba su corazón y mi cabeza se movía al ritmo de su respiración. Sus dedos recorrían una y otra vez mi espalda y por fin tuvimos tiempo de ponernos al día.



Diamantes


Las hojas chocaban entre si creando un susurro que entraba por la ventana de mi nuevo apartamento. No era nada del otro mundo, de hecho, el tamaño de toda mi casa era similar al del salón de mis padres.
Me enamore de ese lugar desde el primer segundo que lo vi, el enorme ventanal con vistas al parque, por el que hasta entonces había pasado cada día para ir al trabajo, la luz que envolvía el salón que se separaba del dormitorio por una cristalera opaca que permitía que no tuviera que encender ninguna lampara hasta que caía el sol, as paredes rojas del baño con piedra negra...cada uno de los detalles lo había convertido el mi lugar.
No deja de impresionarme como encuentras un sitio en el que parece que has estado siempre, aunque no lo hayas pisado jamás.
También me pasa con las personas, no muy a menudo, pero me ha pasado. Una vez leí que son los diamantes de tu vida. Esa gente, no hace falta que sean amigos de toda la vida, o familiares, ni parejas, que con solo aparecer en tu vida han provocado un cambio lo suficientemente grande como para marcarte para siempre. No es necesario que hayan pasado un largo periodo junto a ti, únicamente que te hayan inspirado lo bastante para que todo sea mejor. Obviamente no tenemos el honor de acumular muchos diamantes a lo largo de nuestra historia, y tendemos a confundirlos con la gente que es importante para nosotros, pero no son ellos, es más, en mi opinión todos deberíamos pararnos a recapacitar sobre quienes lo son en realidad.
Estar allí, en mi nuevo sofá, con mi nueva tele, decidiendo que fotos colgar en mi nueva pared; me llevaron exactamente al momento, o mejor dicho a la persona que había logrado todo eso conmigo. Todo en mi vida había sido una espiral de caos desde que apareció, incluso ahora que llevaba tanto tiempo viviendo en otra ciudad y habiéndonos visto en dos ocasiones. Y por poco que me gustase, tenia que admitir que el era uno de mis diamantes. Había conseguido que dejase la estabilidad y el miedo a un lado y simplemente me contagiara de su manera feliz de ver la sucesión de acontecimientos que nos abruman a lo largo del día. Nunca me fie de su continua, y para mi ficticia, enorme sonrisa; hasta que descubrí que a mi me pasaba exactamente lo mismo y tenía una exactamente igual. La chica de la eterna sonrisa es como me habían llamado en mi graduación y horrorizada me di cuenta que era verdad.
Y ahí estaba, dándome cuenta que el destino había puesto seguramente en mi camino a uno de los diamantes importantes, en forma de persona que jamás sería indispensable. Alguien que entraba y salía sin inmutarse.
Con el no importaba el futuro, nunca había sido trascendental, solo los restos que quedaban tras su instantánea presencia y lo que estos inspiraban en mi.

Autodescubrimiento


Televisión encendida sin sonido, música puesta, libros sobre la cama, cuaderno en mis rodillas tomando notas. Con dicha estampa, cualquiera pensaría que mi cerebro estaba lo suficiente saturado de actividad como para no dar lugar a recuerdos, pues no. Solo hizo falta una décima de segundo, para que, supongo que impulsada por mi hiperactividad, me acordase de como una vez se lo conté. Como confesé a un completo desconocido que era incapaz de concentrarme en una sola cosa, y que precisamente por eso casi siempre se me quedaba todo a medias. Y es importante puntualizar que a medias no significaba sin terminar, solo sin ser perfecto. Recuerdo como me miró con cara de sorpresa, se rió, e intento comprenderlo. Seguramente en ese momento lo único que el quería era conseguir decir lo suficiente para llevarme a la cama, pero ahora, con el tiempo ya pasado, entiendo que fue una conversación que me marcó, porque ahí estaba yo, de repente pensando en esa pregunta estúpida: "¿Y eso que seria uno de los tres defectos o de las virtudes?". Para cualquiera no es nada trascendental, les resulta fácil discriminar seis aspectos de su personalidad para decir que es lo mejor y lo peor que tienen. Para mí fue la excusa suficiente para convencerme de que ni siquiera yo me conocía.
No lo había vuelto a pensar desde entonces, pero supongo que la escena jugó con mi mente y provocó que lo pensara.
Nunca conseguí responderle convencida, al igual que con el resto de mi vida, era incapaz de ser tan pretenciosa de solo separar tres y tres.
Una canción favorita: No tengo, me gustan muchas, sería un autentico esfuerzo y seguro que me equivocaría, si solo eligiera una. Depende del momento, del lugar, de mi estado de ánimo.
Un color favorito: Me encuentro en la misma situación. Creía que era el morado, pero recapacitando, me va mas el rojo, incluso siempre tiro del negro.
Película: Esta respuesta pensaba que la tenía clara, hasta que intente volver a verla y no conseguí terminarla porque me aburrió como una ostra, y no porque la haya visto mil veces.
Y ya para que decir intentarlo con un libro o cualquier otra cosa...supongo que ese en mi primer defecto: SOY UNA INCOMPETENTE A LA HORA DE INCLINARME SOLO POR UNA/UNO. Siempre aparece algo al tiempo que me gusta más, que me sienta mejor o simplemente que me atrae.
Y aquí viene lo terrible, creo que me ocurre lo mismo con las personas.
Ahí estaba yo, con mi cuaderno en las rodillas, el boli en la boca, cuando empecé a escribir sin pensar. Escritura automático lo llaman. Consiste en que tu cerebro hace que plasmes en palabras ideas que flotan por tu cabeza, y que tal vez ni habías descubierto. Necesitaba averiguar porqué me pasaba eso, porqué nunca elegía, y ahí apareció. Estaba en mayúsculas, más oscura que las demás. MIEDO.
Porque si eliges pueden decepcionarte, puedes equivocarte y pueden hacerte daño.
Odio equivocarme, cualquiera que me conoce sabe que no lo aguanto, al igual que me destroza perder. Nunca había entendido eso de " lo importante es jugar o participar", mi mentalidad era que las cosas se hacen para ganar y de ahí que en lo que se refiere a mis sentimientos...jamás juegue. Nunca me arriesgo, solo me dejo llevar a ver hasta donde lleva. No hay cartas sobre la mesa, ni órdagos...solo espero a que el otro termine la partida, y ahí descubro quien ha ganado.
Hoy, la he comprendido. Digamos que he tenido una iluminación. En algunas ocasiones, hay que disfrutar de lo que esta pasando, no pensar en cual será el final, porque aunque acabes perdiendo, habrás ganado ese tiempo. Es más, es posible, que no haya perdedor, o que aunque lo seas tú, en el fondo has disfrutado mucho más.
Me escondo en que soy buena leyendo a la gente para nunca preguntar aquello, que la respuesta puede no gustarme. El problema de leer entre líneas es que acabas viendo solo lo que quieres ver, nunca das opción a que alguien te haga cambiar de opinión y mucho menos demostrarte QUE TE HAS EQUIVOCADO.
"Nunca te mojas" es otra de las frases que me dedico un poco más adelante, cuando seguramente el tenía más claro que yo cada uno de los defectos que no pude decirle y que poco a poco iré descubriendo, para la próxima vez, estar preparada para ganar.

Orgullo si, orgullo no


Me encontraba recorriendo el mismo trayecto de todas la mañanas, la música sonaba a través de mis cascos y empezaba a despejarme con ayuda del aire fresco que corre a primera hora de esos días que hará un asfixiante calor, cuando una mujer mayor paso por mi lado, con el que supuse su nieto agarrado de la mano. Esa mujer de rostro cordial, dejo un reguero de olor que fui incapaz de no respirar. Era intenso pero a la vez fresco, muy vital pero al mismo tiempo pesado. Resultaba delicioso y me descubrí con una sonrisa involuntaria, como un acto reflejo ante ese estimulo.
Es increíble la marca que puede dejar en nosotros un olor. Crea una huella que, aunque creamos olvidada, regresa cada vez que nos topamos con ese aroma. Si intentas recordarlo es imposible, pero si te cruzas con el, te asaltan cada uno de los momentos en los que estuvo presente.
Eso mismo me sucedió días antes.
En muchas ocasiones, me llamaba la atención el olor de las personas, incluso era una de las cosas que me seducían en un hombre. Pero con él, no había sido así. No me había impresionado lo mas mínimo, o eso creía hasta que cruzarme de nuevo con esa colonia, provocó que por mi cabeza pasase cada fotograma de nuestra película.
El y yo el día que nos conocimos, yo rechazándole siempre con la esperanza de que volviera, el escribiéndome, yo sonriendo y disfrutando con cada una de nuestras vanales discusiones, de como no me ocultaba nada, de como me integraba en lo que le había pasado, en lo que pensaba, en lo que le apetecía, nosotros esa noche en su cama, como me retuve por el sentimiento de culpabilidad y no me dejé llevar, como por un segundo le miré mientras dormía y me apeteció ser cariñosa y como después había aparecido mi conciencia para decirme que saliera de allí antes de estropearlo más.
Supongo que si a continuación de todo eso, el hubiera demostrado que no solo había sido el capricho que finalmente consiguió, todo habría sido distinto. Pero cuando intentas convencer a una persona de que no eres tan superficial, pagado de ti mismo y altivo como aparentas, y después de pasar con ella una noche, que llevas buscando meses, no das señales de vida, y a de pesar de eso, ella intenta mostrar normalidad y sigue hablándote y tu te limitas a contestar con monosílabos, lo siento pero demuestras a esa persona que no se equivoco ni un poquito contigo.
En ocasiones, me descubro echando de menos las conversaciones que acababan con mi aburrimiento e, incluso, he cometido la estupidez de escribirle, pero de nuevo me topo con el muro de su indiferencia.
Estoy harta de oír que con el orgullo no se llega a ninguna parte, que hay que arriesgarse para ganar, que si no le abres a la gente no les das opción a complacerte...y demás patrañas de autoayuda que la gente que hace el ridículo una y otra vez siendo rechazadas se dicen para sentirse mejor con ellos mismos. He descubierto que yo no valgo para eso, y no me siento mal por admitirlo.
Soy una persona que no esta acostumbrada a sentirse estúpida, una y otra vez, por intentar que alguien, que claramente pasa de ella, se digne a dedicarle un minuto de su vida. Tal vez, me tenga en demasiada estima, pero creo que me merezco una señal, un reconocimiento y una dedicación.
En realidad no soy tan difícil, o posiblemente si, pero estoy convencida, o al menos intento creérmelo cada día, que yo lo valgo.

Demasiada atención


Notaba sus ojos clavados en mi espalda, sabía que no se perdía ni uno de los movimientos, completamente estudiados, que hacía frente a él. Solo tendría que haberme girado y saludarle, pero ¿Por qué? Me vinieron a la mente cada una de las palabras, que el fin de semana anterior, habían salido de su boca. Ahora me parecía penoso como las había analizado, una y otra vez, y me había convencido de que, tal vez, yo estuviese confundida, de que esa era la señal. Como había esperado cada segundo hasta ese momento con impaciencia, por saber cual sería su próximo movimiento. Y sí, me quedo claro, ninguno. Al final, todo había sido la estúpida fantasía que creas cuando te ilusionas.
Reconozco que no soy una persona fácil, que no hago más que mandar señales contradictorias que llevan a interpretar que soy una desequilibrada. Pero no puedo evitarlo, me encuentro en un combate permanente entre lo que soy y lo que quiero ser, entre lo que me apetece y lo que tengo, entre lo que espero y lo que me conviene y sobre todo; entre lo que pienso y lo que después hago. No es algo intencionado, solo el resultado de no haber tomado una decisión jamás. La costumbre de que si me dejó llevar, al final llegó al lugar donde estaba planeado que llegaría.
Después de mi traumática ruptura, he aprendido que el problema de engañar a quien te quiere es que ya nunca va a haber igualdad entre vosotros. Siempre sabrás que estas por debajo de esa persona, y que por muy mal que haga las cosas, nunca tendrás la libertad de echárselo en cara, porque tú lo has hecho peor.
Una relación que se basa en mentiras pende de un hilo muy fino. Y no son solo las mentiras evidentes, sino que, el desamor, se alimenta de las medias verdades que te vas creyendo a lo largo de una relación.  Nunca he creído en el amor para toda la vida, el motivo, no puedo entender que solo tengamos derecho a sentir la locura, la pasión y el sin sentido que te provoca el enamoramiento, solo una vez.
Todos debemos prepararnos para el devastador dolor que provoca que te rompan el corazón, o romper el de una persona a la que de verdad amaste en un momento determinado. Siempre había pensado que, de manera egoísta, era más fácil ser el que deja, que el pobre abandonado. Es mentira. Ser el verdugo de algo que has construido durante años es muy difícil de afrontar, porque al final, eres tu el que das el paso de alejarte de algo/alguien que te hacía feliz.
No importa si es bueno o es malo, si te hace reír o te hace llorar, lo realmente trascendente es que te rodees de cosas que despierten algo en ti. La vida tiene que llenarse de vida. No puedes limitarte a dejar que pasen las horas, los días, los meses…esperando que todo se mantenga, porque es cómodo, porque así, se esta bien.
Necesito sentir la explosión que causa esa irrupción inesperada en tu vida. Ese terremoto que hace que se rompan todos los esquemas que había construido en falsas expectativas de que me conformaba con lo que tenía. Que alguien no de las cosas por hecho y luche día a día por que mi puerta siga abierta siempre, o al menos, que en mi ventana la luz este encendida.
El duelo no hay que pasarlo solo cuando alguien muere. Todas y cada una de las fases que componen la asimilación, hay que llevarlas a cabo cada vez que pierdes algo que realmente te importa. Tienes que aprender a dejarlo atrás, a recordar los buenos momentos y tener esperanza de que algún día podrás seguir adelante y ser feliz por el mero hecho de que pasó en tu vida, que dejó una huella, y que tú, tal y como terminarás siendo, te has creado pasando por todas esas ausencias. Supongo que es todo esto lo que me impulsa a ser tan lenta para avanzar. Me gusta disfrutar de cada mirada, cada sonrisa, cada conversación estúpida porque necesitas una excusa para estar cerca de la otra persona. Y es que cuando se termina, es con lo único que me quedo.
No creo en el amor de mi vida, creo en el primer amor, en el segundo, el tercero…y así hasta el último. Relleno mí día a día de la pasión por vivir, de la ilusión por sentir, de la esperanza de ser feliz.

En un segundo te despiertas


Y un domingo más estaba en mi cama intentando colocar en su sitio cada conversación, cada gesto y cada impresión del sábado-noche.
No paro de sorprenderme del efecto que tienen en mi algunos momentos a los que no debería dar importancia. Levantar la vista y encontrar unos ojos que buscabas, es uno de los detalles que consiguen removerme.
Me oculto bajo la manta del cinismo, cuando en realidad anhelo que me conquisten. Evidentemente no me refiero al tipo de conquista que se lleva a cabo para conseguir sexo, ese le tengo a menudo. Y lo triste es que durante cierto tiempo me ha bastado con eso. Confundo la adrenalina por lo desconocido con la felicidad. El despertar deseo, con que le intereses a alguien.
Envidio a esas personas que miran a los ojos a la persona que les acompaña y tengan la seguridad de que le quieren ahí siempre.
Durante meses he despertado a esa Roxanne que se conformaba con una noche divertida, con alguien ligeramente interesante. La que no quería sentir mas allá del efímero placer que aportan ciertos juegos, que no puedo negar que siguen encantándome. Pero tengo que admitir que, tras dejarla manejar mi vida, he recordado porque la enterré en su momento.
Estoy impaciente por perder este equilibrio tan seguro que he conseguido. Me gusta estar en calma, pero extraño el caos que crea el conocer a una persona que piense que mereces la pena lo suficiente para intentar convencerte de que te quedes a su lado. "Yo no busco, yo encuentro" es una frase que define mi manera de pensar, porque creo que buscar es la mejor manera para no hallar lo que quieres. Buscar te impulsa a confundirte constantemente, a dar alas a situaciones que no lo merecen, incluso a ensalzar a gente que esta muy por debajo.
Es duro cuando descubres que eres una cobarde más. Alguien a quien le aterroriza darse un golpe contra el suelo. Y es, más decepcionante aún,  cuando crees que has encontrado a alguien por quien saltarías, y en una décima de segundo, cuando estas a punto de dejarte caer, te agarran por detrás y te enseñan algo que hace que vuelvas a agarrarte a la barandilla. De nuevo, me demuestro lo poco valiente que soy y me horroriza pensar que nunca encuentre una razón lo suficientemente fuerte para dejar de tener miedo, o a alguien que me ayude a enfrentarlo.
Sigo creyendo en ti destino, y confiando que me seguirás dirigiendo al lugar donde debo llegar.





Dejarse llevar


Hacía horas que había amanecido, la ciudad tenía el movimiento propio de una mañana de domingo soleado. Yo aún no había dormido, caminaba por un parque camino a casa, todavía vestida con la ropa de la noche anterior.
Una vez más, había buscado sensaciones en el lugar equivocado, o tal vez no, quien sabe. Mi experiencia vital me había llevado a no dotar de importancia a cosas que eran transitorias y fugaces.
No puedo negar que había sido muy divertido, incluso sorprendente y satisfactorio. Mientras caminaba, con la brisa acariciándome la cara, rememoraba cada uno de los acontecimientos que habían surgido. En cierto modo, se podría decir que todo había estado rodeado de un encanto especial, que lo convertía en algo interesante, pero también que me creaba ciertas dudas.
En mi intención no estaba el reflexionar sobre ellos, pero me resultaba imposible no extrañarme sobre alguno de los comentarios que, sospechosamente había dejado caer y se me antojaban demasiado conocidos pero fuera de su contexto habitual. Tenía dos opciones, creer que me había topado con alguien compartía los mismos gustos que yo a la perfección, o bien, que alguien le había servido, involuntaria o intencionadamente, de cicerone en lo que se refería a mis deseos. Y a pesar de creer en el destino, se me antoja difícil tanta casualidad.
La curiosidad es una de las características de mi personalidad que suelo intentar frenar, pero cierto es, que despertarla es una de las maneras de llamar mi atención. La monotonía conmigo es algo que se debe evitar, y se me presentaba alguien delante que parecía saberlo.
De nuevo, me había dejado llevar por esa sensación semejante a la de tumbarte en una colchoneta en el mar, cerrar los ojos y solo preocuparte por oír lo que te rodea. Disfrutas de cada sonido, de cada olor, incluso de la total ausencia de todo ello. Solo notas el balanceo al que te someten las olas mientras tu mente vuela. El problema se plantea cuando algo te saca de tu ensoñación y descubres que te has alejado mucho de la orilla, y que te va a costar mucho esfuerzo volver. Ese es el momento en que te das cuenta de que cuanto mas tiempo te refugies en esa libertad simulada, más complicado será el camino de regreso a tu vida.

Será la culpa...


El sol que entraba por la ventana, rozando sutilmente mi cara, fue el que me hizo despertar. Según fui cobrando conciencia de lo que había ocurrido, un nudo comenzó a formarse en mi estómago. Estaba desconcertada, dolorida pero sobre todo muy cabreada conmigo misma. Según fueron pasando los minutos, conmigo inmóvil en mi cama, supe que el sentimiento que estaba experimentando no iba a desaparecer tan fácilmente como en otras ocasiones.
Normalmente, hacer desaparecer de mi mente un recuerdo que no me agradaba o me provocaba angustia no me resultaba complicado, pero esta vez era diferente. Esta vez no era una acción consciente lo que me llevaba hasta aquí, había sido un acto totalmente descontrolado, al que no conseguía darle explicación.
Cuando algo que has hecho te hace sentir mal hay dos opciones, enfrentarte a la realidad y pensar que querías hacerlo pero no quieres reconocerlo porque sabes que no deberías, o simplemente pasar página como si no hubiese sucedido jamás. En este momento, no me servía ninguna de las dos opciones; porque lo había hecho de manera totalmente inconsciente y porque no quería hacerlo, ni siquiera se me había pasado por la cabeza. No se trataba de un deseo reprimido, ni de un impulso controlado hasta entonces...no sabía porque pero de nuevo, me estaba autodestruyendo.
No me importaba que tuviera consecuencias, ni la opinión que pudieran causar mis actos, aunque seguramente llegaría el momento de preocuparme de eso. Allí, tumbada en mi cama, con ese terrible dolor de cabeza, mi único interés era descubrir que coño estaba pasando en mi cabeza y porque mi cerebro había decidido dejar de funcionar correctamente últimamente.
Nunca me había sentido tan indefensa e impotente como en ese preciso momento. No sentía vergüenza, ni siquiera arrepentimiento (aunque también llegaría) solo descontrol y miedo. Miedo a volver a hacer las cosas mal sin ni siquiera planearlo, por volver a sentirme como hace tanto tiempo no lo hacía.
Me miraba en la ventana, veía mi reflejo, pero esta vez no me reconocía. Mis ojos estaban hinchados, seguramente por el alcohol consumido la noche anterior, aunque también podía estar provocado por las terribles ganas de llorar que me entraban al descubrir el asco que, yo misma me estaba dando. Mi cara demacrada, bien por la falta de sueño o, tal vez, porque por primera vez en mucho tiempo me sentía pérdida, sin ningún rumbo.
Es sencillo respaldarse en que haces las cosas por miedo. Como no quiero que me hagan daño, soy dura y fría. Como no quiero que me engañen, soy desconfiada. Como no quiero depender de nadie, nunca digo lo que siento. Lo realmente jodido es enfrentarse a que tú eres la que traicionas, la que mientes sin parar y la que acabas destrozando a la gente a la que realmente le has importado alguna vez. ¿Qué haces cuando descubres que odias en lo que te han convertido? ¿Que reúnes, todos y cada uno de esos defectos que siempre has despreciado?


Agua pasada


No se puede decir que me encontrará sorprendida por como habían sucedido las cosas esa noche.
El que nos encontráramos en el lugar de siempre sin apenas mirarnos, que prestásemos atención a cualquiera que estuviera cerca y que nuestro mayor acercamiento fuera una sonrisa fugaz tras un encontronazo visual aún más fugaz, no era ninguna novedad.
Si recapacitaba sobre el curso que había tomado nuestra...no sabría como calificarlo...llamémoslo interacción (para no llevar a la confusión de que existe una relación que nunca ha llegado a nacer), no era extraño que acabásemos así.
Ya no había excursiones a nuestro espacio secreto, ni sutiles caricias al paso, ni siquiera las sonrisas que indicaban que nos veríamos después, toda esa complicidad era agua pasada.
Negar que sentía cierta nostalgia al recordar esos momentos sería mentir, y no tengo esa mala costumbre, al menos no cuando intentaba poner en claro mis ideas.
Es confuso cuando intentas descubrir en que momento has creado una rutina tan insana. Y no sería justo culparle a él de como habían acontecido nuestras reacciones. Nunca me he caracterizado por ser alguien excesivamente atenta ni cariñosa cuando estoy conociendo a alguien. No quiero decir que sea distante, ni mucho menos, incluso pecaría de ser demasiado cercana muy rápido. Pero la realidad, es que mantener mi rol de chica dura, auto suficiente y que pasa de todo puede llevarme a situaciones como en la que me hallaba ahora mismo. Un pasillo con dos puertas; una en la que empezaba a mostrarme sin miedo a sentirme estúpida y dar la oportunidad de que me conociera de verdad y esperar que me dejará descubrirle, o la otra, donde yo seguía siendo la que hasta entonces y dejábamos que se apagará lo poco que quedaba.
No voy a mentir, una de las opciones se me antoja bastante más fácil que la otra...Pero nunca he sido de las que les gusta la simpleza.
Me fastidia admitir que hay algo que me intriga, y como buena curiosa no me gusta quedarme con la duda. Sé que hay potencial en él. No en lo que se refiere a la intimidad, porque eso ya me da igual. Sé que en el fondo es alguien que puede aportar algo a mi vida, un amigo que conservar. Solo tengo que conseguir que encuentre el camino para llegar hasta mí.


Buscando lo que no veo


No tenia muy claro si el alivio que me había causado ese mensaje se debía a que ya no quería verle o porque realmente estaba a gusto justo donde estaba. Cada día tenía menos explicación porque accedía a esos encuentros o tenia la necesidad de saber de él.
Solo una cosa era evidente, cuando le tenía cerca, le veía o le tocaba... algo salvaje se despertaba y mi lado racional desaparecía por completo. Esa aventurera, egoísta y narcisista entraba en acción, dejando a un lado a la nueva chica, que se había creado con los años de una vida estable y responsable.
En ocasiones odiaba lo explicito de sus peticiones, el poco tacto que mostraba al expresarme sus deseos; incluso me había dado el lujo de enfadarme en algún momento. Pero ahí estaba mi problema, mis enfados nunca han sido muy duraderos y la velocidad de desaparición de mi mal humor era proporcional a lo que el tardará en prestarme atención.
Aunque nunca me había resultado complicado entender a la gente o conocerla más de lo que ellos mismos lo hacían, en esta ocasión me resultaba difícil leer su comportamiento.
Cuando le miraba a los ojos veía algo más de lo que él le mostraba, le demostraba o incluso decía. En nuestra relación no había falsas promesas, ni delicadeza de ningún tipo solo sexo. Pero en las pocas ocasiones que nos veíamos vestidos, siempre por casualidad y rodeados de gente, algo en su expresión me hacia dudar. Aunque es posible que ese atisbo de cariño que me parecía vislumbrar, simplemente fuera el reflejo del deseo continuo que tengo de ser especial para la gente que pasa por mi vida.

Un error más que anunciado


No puedo explicar los nervios que surgen cuando llega la hora de una cita a la que sabes que no deberías acudir.
Nunca había permitido que mi deseo fuera el que tomara las decisiones en mi vida. Es cierto, que no me había enfrentado jamás a una gran duda, solía dejar que las cosas fluyeran hasta que se agotaban. Pero esta vez no estaba siendo así, me la estaba jugando y tenía muchas posibilidades de acabar perdiendo.
Por un lado, intentaba controlar mi imaginación, no dejarla que creará situaciones que me alterarán más, aunque fuesen bastante probables; por otro, sabía que en cuanto estuviéramos solos, por mucho que ahora pareciese haberse enfriado la relación (mejor dicho la no relación), la ropa no nos duraría mucho puesta.
Era absurdo intentar convencerme de que podía controlarlo. No lo había hecho hace unos meses en ese baño y ahora me dirigía hacia su casa...

Deseo



Mi dislexia emocional me había arrastrado a esa situación. Era la única explicación que se me ocurría para estar allí con él.
Cuantas veces le había odiado, negado, criticado...y ahora era incapaz de resistirme. Una corriente eléctrica había recorrido mi cuerpo cuando le vi entrar en ese baño. Todo el mundo estaba fuera, cualquiera podría entrar y descubrirnos, pero en ese momento nada tenia importancia, me daba igual. Mi conciencia estaba siendo silenciada por todas las hormonas que recorrían mi cuerpo, la veía perfectamente, amordazada en un rincón, intentando zafarse de esas pequeñas lujuriosas.
Había escapado de la fiesta buscando despejarme. Dar un respiro a mi mente, que no dejaba de fantasear con él tocándome, besándome… ¿Porqué me pasaba esto a mí? Yo era feliz. Quería a mi novio, mi vida era estable y normal. Pero desde aquella noche en que le conocí, un huracán había devastado todo lo que me satisfacía, mi yo antigua ya no existía, era incapaz de pensar en otra cosa. Sí hubiese sabido las consecuencias, jamás le habría hablado esa noche, tampoco le habría dado mi teléfono y mucho menos me habría escapado con el a las siete de la mañana a desayunar. Hablamos durante horas, el día nos apreso sentados en el sofá de esa casa que yo estrenaba con él. Pensé que podríamos ser amigos, que el hecho de que respetara mi decisión de no tener sexo era una señal de que controlaba la situación. Me gustaba sentirme poderosa frente a él. Supe que me deseaba desde que descubrí ese destello en sus ojos que delataba que me había transformado en su reto.
Jamás había debatido de una manera tan abierta, sincera e incluso, soez, sobre mis fantasías. Hasta esa  mañana, en la que me recogió con su moto en la puerta de mi casa, minutos después de que el y su amigo me dejaran,  nunca me había planteado las posibilidades que el sexo me ofrecía, y sin pedir nada a cambio.
Estaba de espaldas, intentando que el oxígeno llegase a mi cerebro, cuando oí el ruido de la puerta. Me giré lentamente, mientras, todo el vello mi cuerpo se erizaba sin ninguna explicación lógica. No hicieron falta palabras. Entre nosotros siempre sobraban. La intensidad que desprendieron nuestros ojos al encontrarse fue suficiente para que supiese que si no salía de allí, no podría evitarlo. El leyó mis intenciones, mi cara debido revelárselo todo porque no me dio tiempo a esquivarle cuando agarró mi mano. Noté como mi respiración se aceleraba, la sangre se agolpaba en mi cara y mi corazón bombeaba con tal violencia, que le oía rebotar contra las pareces. Apretó mi muñeca con tanta fuerza, que si no hubiese estado en esa burbuja de deseo me había hecho mucho daño, pero hasta eso, me estaba volviendo loca. Me dio la vuelta, con rabia, sin ninguna delicadeza. Apreté mis parpados, sabía que si veía sus labios, su sonrisa perversa o sus ojos azules, no habría solución. Estaba atrapada entre su cuerpo y la puerta. Su respiración también se entrecortaba al ritmo que la mía. Podía sentirle. Como su entrepierna se apoyaba en mí y crecía a la misma velocidad que nuestras palpitaciones. Sus labios rozaron mi muñeca. Su lengua recorría lentamente mis venas y yo no resistí más. El deseo nublo mi razón y mi boca buscó la suya con desesperación. No quería razonamientos, excusas, ni nada...solo ansiaba eso, lo necesitaba. La violencia de sus labios sobre los míos, el estar inmovilizada y el escozor que notaba en la mano, me hizo estar a punto de desvanecerme. Cada embestida, cada roce, cada presión de sus caderas sobre mí, convertía todo aquello en una espiral de sed que corte de raíz.
Le alejé, con la misma rapidez que minutos antes había usado para saborearlo por primera vez. De nuevo no hubo palabras. Solo el movimiento de la puerta cerrándose a mi espalda y la promesa conmigo misma de que NUNCA VOLVERÍA A PASAR.






Contradicción


No podía creer lo que tenía ante mí. Verle allí, en nuestro lugar, con otra y mirándome sin ningún tipo de reparo.
Me estaba desafiando. Buscaba una reacción, yo sabia perfectamente cual era, y por supuesto, no se la iba a dar. El nudo de mi estomago empezó a dolerme más de lo que pensaba, se estaba transformando en lagrimas que buscaban una salida. Las piernas me temblaban, pero el dolor pronto se transformo primero en rabia, luego ira, esta dió lugar al orgullo y por último maldad. Estoy segura que cualquiera que me conociera lo suficiente habría notado el cambio al segundo, el no. No tarde más de un minuto en pasar por su lado, saludarle de una manera irónicamente cariñosa y ocupar el resto de mi noche en hablar con los demás sin prestarle la más mínima atención.
Esa noche, en casa, no pare de llorar.