lunes, 19 de noviembre de 2012

Dislexia emocional


¿Cuántas veces te tiene que pasar esto, para que no dejes que te suceda? Me lo repetí, una y otra vez, mientras miraba el techo de aquella habitación. ¿Cuántas de mis normas había sido capaz de romper en una sola noche? ¿Y todo por qué? Pues, muy evidente. Porque, el exceso de alcohol en  sangre, hacía que no controlara la incombustible sed de sexo que en ocasiones me asaltaba. Empecé a enumerarlas.

Primera.- Dejarme llevar por la terrible influencia de mis amigas y beberme los últimos cinco chupitos de tequila. Soy perfectamente capaz de controlar mis impulsos serena, pero borracha, es otra cosa. Y el problema es que cuando se me pasan los efectos, pueden pasar dos cosas. Una, que mi subconsciente decida que es mejor borrar el recuerdo y deje una gran agujero negro, o dos, que recuerde mi descontrolada actitud y me abochorne tanto que desee que suceda la opción numero uno.
Segunda.- Una vez que he salido, sin haberla liado, de la discoteca y he llegado a mi casa, continuar con el estúpido juego del tonteo a través del móvil. Ese juego, que tanto me gusta, se queda en sitios públicos y visibles, donde sé que no puede llegar a nada más.
Tercera.- Ir a su casa. A su cama. De un coche se escapa con facilidad. En una casa, hay que dar explicaciones o inventarte excusas y odio ambas opciones.
Cuarta.- Y la peor. Que el compañero de jugueteo sea un amigo. Si, alguien al que tengo un cariño previo. Siempre acarrea problemas. Esa norma, nunca y digo NUNCA, la rompo. Hasta hoy. A veces, me encontraba en la situación de que por mi carácter coqueto y cariñoso, alguno se confundiera e impulsado por un envalentonamiento momentáneo intentase algo más conmigo. Y ellos agradecían más que yo, mi capacidad para ignorar esos sucesos y continuar mi vida, nuestra vida, con plena normalidad. Como si nunca hubiese ocurrido. Pero conmigo y mis errores, no solían tener tanta piedad.

Empecé a revolverme en la cama, motivada por ese nudo que se te hace en el estomago cuando sabes que vas provocar una situación incómoda. Vamos, tu puedes, tienes que salir de aquí y ya.
Me senté y palpe el suelo en busca de mis bragas. Mierda, estaban mas lejos de lo que esperaba. En la otra punta de la habitación. Vale, un respiro, mi vestido estaba más cerca. Me levante y lo cogí. Note como sus ojos se clavaban en mí.
-         ¿Dónde vas? - Su voz sonaba gutural, estaba prácticamente dormido.
-          A casa. Estoy cansada, necesito dormir. – Por favor, que no me lo pida, que no me lo pida.
-         Quédate a aquí. – Mierda.
-      No duermo bien acompañada. – Continúe con mi expedición para la búsqueda de mi ropa sin mirarle, me estaba imaginando su cara.
-    Roxanne, ya has dormido conmigo otras veces. – Tiró de mi mano esperando que volviese a la cama, obviamente, no sucedió.
-        Tú lo has dicho. He dormido pero nunca había hecho lo que acabamos de hacer. – Ya casi estaba, a por los zapatos y podría correr. Tenía razón, habíamos compartido la misma cama una decena de veces, pero no pasar la noche con alguien con quien me he acostado. A no ser que haya sido merecedor de que quiera repetir, pero nunca para dormir.
-     Ahhh, ya veo. Contigo o se hace el amor o se duerme. No sabía que fuesen incompatibles… - Notaba la desilusión en su voz. ¿Ves? Por esto no haces estas cosas con gente a la que aprecias, estúpida.
-        Si, bueno…algo así. Lo siento. – Y salí corriendo de allí como si acabase de sonar el pistoletazo de salida.

Una vez en el coche, terminé de recomponerme. No pretendía que alguno de mis nuevos vecinos se cruzara con una prostituta trasnochada. Que es exactamente como me sentía, ahora mismo. Es increíble. Puedo tener sexo perverso y duro con un completo desconocido y llegar a mi casa tan tranquila, en cambio, me acuesto con alguien dulce, cariñoso, que quiere cuidarme, y me siento sucia.
Soy una disléxica emocional. Sonará raro, pero no se me ocurre un término más adecuado para mi discapacidad de entender y reaccionar ante los sentimientos. No puedo asociar la ternura, con mis peculiares gustos sexuales. No es que no me guste el sexo convencional, pero, no me llena. Es la misma sensación que cuando pides por regalo de cumpleaños a tu madre tus primeros zapatos de tacón. Tú te imaginas unos sexys y altísimos tacones, y al abrirlo, solo son unas cuñas. No es que no te gusten, solo que no es lo que querías. Y no me veo capaz de pedirle a alguien con que me quiera, que me haga las cosas que me excitan. Parece ridículo, lo sé. Pero la gente que me conoce, tiene una imagen de mí que me gusta. Delicada, sensible, centrada y ligeramente picara. No una pervertida a la que le gusta que le aten. Y uso la palabra pervertida no como algo despectivo, él me enseño a tener la mente abierta. La gente que te quiere, es incapaz de entender, que te gusta que te dañen (con ciertos límites).

En ese momento, mirándome al retrovisor de mi coche, retrocedí un año. Al día, en que él me habló de la necesidad de confianza, después de nuestro primer y revelador encuentro. Como me pidió que dejara mis inhibiciones en la puerta y no tuviese miedo de pedirle cualquier cosa, porque él lo haría conmigo. Con él aprendí a diferenciar el amor, del sexo. El cariño, del deseo. Y, que solo me saciaba cuando me dejaba llevar sin sentir culpabilidad ni vergüenza por mis necesidades.  ¿Esto me condena a una vida de sexo sin amor, o amor sin satisfacción? No. Solo necesito encontrar a la persona adecuada. A alguien que sepa darme cariño en la vida cotidiana, y dejarlo a un lado cuando empieza el juego. Y desde luego, esa persona no estaba entre mis amigos.


lunes, 12 de noviembre de 2012

Absurdo castigo


Mientras daba vueltas a un café que ya no lo necesitaba, sentí la imperiosa necesidad de volver a leer la carta. Pero me conozco lo suficiente para saber que eso solo provocaría que idealizara cada letra, cada silaba, cada palabra y las cargara de un valor que no tenían. Esa carta no cambiaba nada y en lo único que debía centrarme es en los momentos reales que habíamos vivido y en que era lo único que nos podíamos ofrecer el uno a otro.
Estaba enfadada, me sentía vulnerable y lo único que quería era castigarle, con mi indiferencia y con mi absoluta ignorancia a ese acto de cobardía y egoísmo que había hecho. Pero nunca he valido para castigar a nadie, porque en el amor, cualquier tipo de amor, no hay que castigar ni dañar. No he conseguido entender nunca a esas parejas en las que uno rompe la relación, por el motivo que sea, y después descubren que ha sido un error. Y el otro, a pesar de seguir profundamente enamorado decide alargar la agonía poniéndole absurdas pruebas por medio para que demuestre su valía. A ver…si sigues enamorado del otro ¿No será  porque ya se lo ganó y a conciencia? Además, es estúpido, también te estas castigando a ti manteniéndote alejado cuando lo único que quieres es estar con el o ella. Pero nos empeñamos en que nos tienen que demostrar que han cambiado, que no te van a volver a dañar, que esta vez va a funcionar sin lugar a ninguna duda… DESPIERTA!! Nadie, por muchos castigos, mucho tiempo de reconquista, muchas demostraciones y castidad absoluta, puede asegurarte eso y lo único que esta haciendo es perder el tiempo. Perder tiempo de disfrutar de sus besos, de su compañía y de vivir el amor.
Es como ese refrán o frase popular “Pan para hoy, hambre para mañana” perfecto, hoy tengo pan. ¿Por qué tengo que dejar de comer hoy, para supuestamente asegurar comer mañana, cuando no esta asegurado? ¿Hago un acto de fe y sacrificio pasando hambre hoy, cuando puede que mañana no pueda comer tampoco? Pues lo siento mucho, yo soy de las que si tiene hoy, me lo como hoy, y con un poco de suerte mañana me buscaré la vida para conseguirlo también. En el amor pasa lo mismo, ¿Por qué voy a dar mil trecientas cincuenta y cinco vueltas a volver o no, a arriesgarme a vivir juntos o no, o dar cualquier clase de paso que en la actualidad, si, AHORA, me va a hacer feliz, pensando que mañana me puede hacer daño? Os informo de una terrible realidad, las vueltas son originadas por un miedo irracional que te impulsa a no realizar cambios en tu vida y a vivir con pies de plomo. Todas esas indecisiones con que nos torturamos durante horas, días o semanas, o el tiempo que dedicamos a buscar todas las cosas negativas que podrían pasarnos si damos el paso y que esperamos a llegue una señal del universo que nos indique, sin ningún margen de error, que es la decisión correcta y que no llegará nunca, no va a evitar que se estropee o acabe. Las cosas hay que vivirlas, disfrutarlas, saborearlas y si se acaban, ser felices con el mero hecho de saber que en un momento determinado, te hicieron muy feliz.
Nuestra vida estará llena de relaciones y situaciones que acabaran mal, pero si al recordar a alguien o algo, existe un detalle que te inspira una sonrisa, un recuerdo que te hace feliz por un segundo, eso habrá merecido la pena. Y es que son esas cosas buenas de las que hay que llenar la vida, y la seguridad absoluta de una vida en la que no tomas ninguna decisión arriesgada, no te las proporciona.
Y eso exactamente lo que me pasaba al pensar en él.
Así fue cuando caí en la cuenta, que ya le había castigado más de lo que nunca habría querido, y sin darme cuenta. Durante semanas, que yo no sabía de la existencia de la carta, él había estado hablando conmigo sin decir absolutamente nada. Había pensado que yo no estaba capacitada para darle una respuesta tan sincera y exponerme como él lo había hecho y lo respetó. Una vez más, consiguió sacarme una sonrisa.
Por unos minutos me debatí entre, ser cobarde y aprovechar la marea creada y no pronunciarme sobre su declaración; o bien, decirle lo que opinaba sobre lo que me había confesado. La primera opción era fácil, como a mi gustaba, pero cruel. La segunda, simplemente no podía hacerla, porque solo nos haría daño. Así que encontré una entremedia.
Un mensaje, claro, conciso y que dejará claro que la había leído y que me había gustado, pero que era mejor dejar el tema como estaba. “Gracias por ser así. Tan imperfecto para mi!! ;)”