Estaba dolorida después de la
escapada al baño con el joven belga de ojos profundamente azules y labios carnosos
que tanto me había recordado a él. Le habrían encantado cada uno de los
movimientos con que obsequie a mi pálido compañero.
Fue entonces, al rememorarle,
cuando recordé que mi maleta seguía sin deshacer. Hacía más de una semana de mi
visita y no había conseguido sacar ni un segundo para devolver cada cosa a su
sitio. En realidad, es posible que no lo hubiese hecho por la nostalgia. Ver mi
equipaje allí, debajo del perchero, me hacía sentir que no hacía tanto tiempo
de nuestra despedida. De nuestro adiós. Pero hoy era el momento, tenía que
dejar atrás la hermosa fantasía que durante un fin de semana largo habíamos creado.
Coloqué la maleta verde sobre la
cama, con delicadeza, como si algo de él todavía permaneciese ligado a ella.
Abrí la cremallera lentamente, con mimo, sin prisa por sacar cada uno de las
camisetas que él había tocado, los pantalones que él había desabrochado o los
vestidos que me había quitado. Y la vi.
Una pequeña hoja blanca doblada a
la perfección se apoyaba sobre mi ropa. El corazón se me acelero como nunca lo
había sentido. Las nauseas me asaltaron, no se si provocadas por la resaca o
por el torbellino de sensaciones que se estaban agolpando en mi cabeza. Me
quede en blanco, mirándola y sin moverme. Por un segundo pensé en lo ridículo de
mi actitud al comportarme así sin ni siquiera saber que contenía. Podía estar a
punto de desmayarme por cualquier cosa, incluso un menú de un bar o una hoja
de publicidad de las que dan por la calle. Respire hondo, hasta llenar el
ultimo espacio disponible en mis pulmones y la cogí.
Obvio no era ningún folleto, era
su letra, esa que había visto en la hoja con frases de motivación que colgaba
en la puerta de entrada de cada una de sus casas. Esta vez las frases eran para
mi, y no sabía se estaba preparada para leerlas. Aun así lo hice.
Hola sinvergüenza,
Aún tendrás la boca abierta después de haber
encontrado esto aquí escondido, y te preguntarás porque lo he hecho. Y es que
estoy en deuda contigo, te debo palabras que si te dijera frente a frente jamás
escucharías guiada por tu orgullo y desconfianza hacía mí.
Estos días contigo, han sido probablemente de
los más intensos de mi vida y no solo porque hayas cumplido con cada una de las
promesas sexuales que me hiciste a lo largo de los meses, sino porque aún sin
saberlo me has dado cosas que hace mucho necesitaba.
¿Recuerdas el día que me preguntaste que te diría
si supiese que es el último día que te veo? Te enfadaste conmigo porque mi
respuesta fue menos profunda de lo que supongo que esperabas, aunque tu ya
estas acostumbrada, tu me conoces mejor de lo que piensas y aun así me besaste
con esa fiereza que te caracteriza. Fue esa tarde, cuando llegue a casa y tú
estabas dormida en la tumbona de la terraza, tapada con una manta y uno de mis
libros sobre el pecho; mientras el sol, que ya se iba, brillaba en tu pelo y tu
sonrisa dejaba a la imaginación lo dulce de tus sueños, cuando tuve claro lo
que ya sospechaba pero nunca te habría dicho. La respuesta que buscabas el día
anterior.
Que estoy absurda, total e irremediablemente
enamorado de ti. Posiblemente desde el primer día que te vi y pensé lo loca que
estabas. Desde que había sentido la necesidad de saber de ti cada día. Desde
que me obsequiabas con tu sonrisa cuando la atención de la gente no nos dejaba
la oportunidad de acercarnos. Desde que solo con que me mirases me alegrabas en
día. Desde que a pesar de lo estúpido de mis reacciones siempre me perdonabas y
hacías como si nunca hubiese pasado. Y por supuesto, desde el día que llamaste
a la puerta de mi casa por primera vez y vi esa cara de traviesa mezclada de
culpabilidad por lo que sabíamos que empezaba en ese momento.
Supimos desde el principio que esto no sería fácil,
y guiados por la ingenuidad de que podíamos controlar lo que sentíamos y que
nunca nos sobrepasaría continuamos con ello. Hoy con el miedo real de no
volverte a ver, necesitaba decirte todo esto. Y que posiblemente si nuestros
caminos se hubiesen cruzado en otro tiempo, con otras circunstancias…nadie
habría conseguido que me alejase de ti ni un solo segundo.
No espero respuesta a esta carta. De hecho, conociéndote
harás como que nunca la has leído. Pero quiero decirte: GRACIAS POR SER ASÍ!
Perfecta para mí.
J.
Una lágrima resbaló por mi mejilla
para acabar cayendo sobre la J de su firma que me dieron ganas de besar. Luego
me enfadé y la arrugue decidida a tirarla. Finalmente la volví a doblar por las
marcas ya hechas y la guardé de nuevo en el lugar de donde nunca debió salir,
el bolsillo más recóndito de una maleta.