No podía creer lo que tenía ante mí. Verle allí, en nuestro
lugar, con otra y mirándome sin ningún tipo de reparo.
Me estaba desafiando. Buscaba una reacción, yo sabia
perfectamente cual era, y por supuesto, no se la iba a dar. El nudo de mi
estomago empezó a dolerme más de lo que pensaba, se estaba transformando en
lagrimas que buscaban una salida. Las piernas me temblaban, pero el dolor
pronto se transformo primero en rabia, luego ira, esta dió lugar al orgullo y
por último maldad. Estoy segura que cualquiera que me conociera lo suficiente
habría notado el cambio al segundo, el no. No tarde más de un minuto en pasar por
su lado, saludarle de una manera irónicamente cariñosa y ocupar el resto de mi
noche en hablar con los demás sin prestarle la más mínima atención.
Esa noche, en casa, no pare de llorar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario