No puedo explicar los nervios que surgen cuando llega la
hora de una cita a la que sabes que no deberías acudir.
Nunca había permitido que mi deseo fuera el que tomara las
decisiones en mi vida. Es cierto, que no me había enfrentado jamás a una gran
duda, solía dejar que las cosas fluyeran hasta que se agotaban. Pero esta vez
no estaba siendo así, me la estaba jugando y tenía muchas posibilidades de
acabar perdiendo.
Por un lado, intentaba controlar mi imaginación, no dejarla
que creará situaciones que me alterarán más, aunque fuesen bastante probables;
por otro, sabía que en cuanto estuviéramos solos, por mucho que ahora pareciese
haberse enfriado la relación (mejor dicho la no relación), la ropa no nos
duraría mucho puesta.
Era absurdo intentar convencerme de que podía controlarlo.
No lo había hecho hace unos meses en ese baño y ahora me dirigía hacia su
casa...
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