lunes, 1 de octubre de 2012

La visita


A penas me había dado tiempo a mentalizarme, a pesar de las seis horas que había recorrido en coche para llegar hasta aquí. Notaba el corazón latiendo en mi boca, mientras que recorría una a una las vetas de la enorme puerta de madera que tenía frente a mí.
En una mano mi pequeña maleta verde, que en tantos viajes me había dado servicio; en la otra en móvil con el ultimo whatssap recibido de el hacía unos segundos donde se lamentaba de que por segunda vez tuviésemos que anular nuestro encuentro  y esta vez fuese por mi culpa. Fue como si la cordura asaltará mi cuerpo por unos segundos, porque lo único que me parecía lógico en aquel instante era darme la vuelta, subirme al coche y volver a casa, olvidando que esto había sucedido en algún momento de mi vida. Entonces le oí.
Después de meses sin vernos, sin tocarnos e intentado espaciar nuestras conversaciones lo más posible para no añorar demasiado, allí estábamos. Separados por una simple pared.  Si el día que nos enteramos de su marcha, alguien se hubiese atrevido a fantasear con que esta situación podía producirse, mi carcajada habría resonado hasta en China. No sé si se era a causa de nuestra bipolaridad o de la extraña adicción que habíamos desarrollado el uno por el otro, pero por muchos motivos que teníamos para alejarnos y las facilidades que el destino nos proporcionaba para hacerlo, siempre acabábamos en el mismo sitio. Estaba convencida de que el universo no aprobaba este encuentro, de hecho, al igual que casi siempre, se había llevado a cabo después de otro intento fallido e impulsado por la locura transitoria que el me inspiraba. Esa misma que me impulso a llamar al timbre, evitando que los nervios y el miedo me hiciesen sufrir un ataque.
No tardo mucho en oírse la llave girar al otro lado y ver como la puerta se abría poco a poco hasta dejarme ver su cuerpo por completo. Vi como sus ojos azules aumentaban al doble de su tamaño habitual, al recorrerme centímetro a centímetro. Primero la cara, disminuyendo el ritmo en el ligero escote que quedaba al llevar desabrochado el primer botón de mi vestido, caderas, piernas, pies y vuelta a mi cara, a mis ojos. No fue necesario ningún tipo de preámbulo, ensanchó su perfecta sonrisa, cogió mi mano y me dirigió al interior.
Se notaba la ansiedad en cada beso, el deseo en cada caricia y las ganas acumuladas en la infinidad de conversaciones cargadas de detalles tan explícitos que haría sonrojar a un escritor erótico. No había mas que decir, era el momento de llevar a la acción cada detalle y fantasía sórdida que habíamos expresado por escrito durante el verano. Sus manos parecían desesperadas por recorrer cada parte de mi cuerpo, por arrancar mi ropa y permitir de una vez por todas que nuestras pieles volvieran a rozarse.
Debían de haber pasado horas. Para cuando recuperamos la conciencia y volvimos  a la realidad había anochecido y cada rincón de su casa había sido testigo de lo mucho que nos echábamos de menos. Estábamos agotados, escuchaba su corazón y mi cabeza se movía al ritmo de su respiración. Sus dedos recorrían una y otra vez mi espalda y por fin tuvimos tiempo de ponernos al día.



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