A penas me había dado tiempo a mentalizarme, a pesar de las
seis horas que había recorrido en coche para llegar hasta aquí. Notaba el
corazón latiendo en mi boca, mientras que recorría una a una las vetas de la
enorme puerta de madera que tenía frente a mí.
En una mano mi pequeña maleta verde, que en tantos viajes me
había dado servicio; en la otra en móvil con el ultimo whatssap recibido de el
hacía unos segundos donde se lamentaba de que por segunda vez tuviésemos que
anular nuestro encuentro y esta vez
fuese por mi culpa. Fue como si la cordura asaltará mi cuerpo por unos
segundos, porque lo único que me parecía lógico en aquel instante era darme la
vuelta, subirme al coche y volver a casa, olvidando que esto había sucedido en
algún momento de mi vida. Entonces le oí.
Después de meses sin vernos, sin tocarnos e intentado
espaciar nuestras conversaciones lo más posible para no añorar demasiado, allí
estábamos. Separados por una simple pared.
Si el día que nos enteramos de su marcha, alguien se hubiese atrevido a
fantasear con que esta situación podía producirse, mi carcajada habría resonado
hasta en China. No sé si se era a causa de nuestra bipolaridad o de la extraña
adicción que habíamos desarrollado el uno por el otro, pero por muchos motivos que
teníamos para alejarnos y las facilidades que el destino nos proporcionaba para
hacerlo, siempre acabábamos en el mismo sitio. Estaba convencida de que el
universo no aprobaba este encuentro, de hecho, al igual que casi siempre, se
había llevado a cabo después de otro intento fallido e impulsado por la locura
transitoria que el me inspiraba. Esa misma que me impulso a llamar al timbre,
evitando que los nervios y el miedo me hiciesen sufrir un ataque.
No tardo mucho en oírse la llave girar al otro lado y ver
como la puerta se abría poco a poco hasta dejarme ver su cuerpo por completo.
Vi como sus ojos azules aumentaban al doble de su tamaño habitual, al
recorrerme centímetro a centímetro. Primero la cara, disminuyendo el ritmo en
el ligero escote que quedaba al llevar desabrochado el primer botón de mi
vestido, caderas, piernas, pies y vuelta a mi cara, a mis ojos. No fue
necesario ningún tipo de preámbulo, ensanchó su perfecta sonrisa, cogió mi mano
y me dirigió al interior.
Se notaba la ansiedad en cada beso, el deseo en cada caricia
y las ganas acumuladas en la infinidad de conversaciones cargadas de detalles
tan explícitos que haría sonrojar a un escritor erótico. No había mas que
decir, era el momento de llevar a la acción cada detalle y fantasía sórdida que
habíamos expresado por escrito durante el verano. Sus manos parecían
desesperadas por recorrer cada parte de mi cuerpo, por arrancar mi ropa y
permitir de una vez por todas que nuestras pieles volvieran a rozarse.
Debían de haber pasado horas. Para cuando recuperamos la
conciencia y volvimos a la realidad
había anochecido y cada rincón de su casa había sido testigo de lo mucho que
nos echábamos de menos. Estábamos agotados, escuchaba su corazón y mi cabeza se
movía al ritmo de su respiración. Sus dedos recorrían una y otra vez mi espalda
y por fin tuvimos tiempo de ponernos al día.
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