Tras las últimas desilusiones
vividas, me sentía triste, negra y vacía. El dolor se había dedicado a
ensombrecer, una por una, las cosas que podrían haberme animado ese día. Y por
más que me proponía ser las que me había prometido, se me antojaba demasiado
difícil y hoy no tenía fuerzas para resistirme a más adversidades.
Mirarme al espejo fue realmente
doloroso esa mañana. La chica feliz, de ojos brillantes, mejillas enrojecidas y sonrisa permanente;
había dado paso a una tez pálida, ojos hinchados y enrojecidos y gesto torcido.
Ni los maquilladores de avatar habrían podido ocultar tanto abatimiento, y yo
tampoco estaba por la labor de intentarlo.
Después de cumplir con todas mis
obligaciones para con el mundo, nada había cambiado, seguía sin un aliento que
consiguiera impulsarme a más que moverme por simple inercia. Al llegar a casa el
reflejo no había cambiado, me acerque aún más y me mire fijamente a los ojos.
Me introduje en mí, profundice, busque la chispa que debería estar ahí, que
tanto me había costado conseguir, pero había desaparecido. En ese mismo instante
el fuego se encendió, cual bomba que vuela por completo un edificio en ruinas.
Eso era yo en ese momento, algo desahuciado, sin esperanza, sin ningún valor
que poner sobre la mesa, en ruinas. Se acabó.
Esa noche estaba en huelga de
sentimientos, no había alma oscurecida, ni corazón herido, ni cabeza con la que
fustigarse por dejarse dañar de nuevo. Hoy mi corazón era un poco más duro y
supe en un décima de segundo que era lo que tenía que hacer.
La Roxanne que se habría quedado
llorando en el sofá, ahogando cada sentimiento en todos los alimentos que
hubiese a su alcance para acabar en una visita al baño ayudándolos a salir de
nuevo, había muerto. Gracias a el no existía. Él me había mostrado mi poder, me
había enseñado otra manera de sepultar esas sensaciones. Una manera no se si
más sana, pero si más divertida y sin repercusiones en mí.
Ya no podía llamarle a él. No
estaba. Y tampoco podía recurrir a nadie que formase parte de mi vida, porque
eso cortaría las alas de la fantasía, de todas las lecciones recibidas sin
pedirlas.
Me puse el vestido más corto y
sexy que encontré en mi armario, el negro asimétrico y drapeado en la cintura
que tanta suerte me había dado en ocasiones anteriores. Ojos ahumados,
ocultando la falta de sueño y labios rojos que ocultasen la mueca decaída que
yo podía percibir.
Hice lo que yo nunca habría hecho. Fui a un
bar, sola. El más alejado de mi casa, en el que nadie me reconocería. Recordaba
haber ido allí hace mucho tiempo, no conseguía vislumbrar con quien, solo que
me había resultado muy sórdido e interesante. Me senté en la barra y pensé que
bebería Rox, la bailarina a la que hoy iba a interpretar. Sería argentina y
estaría en la ciudad para un espectáculo de tango que se estaba preparando en
cualquier teatro cercano.
En apenas unos minutos un hombre
alto y castaño se sentaba a mi lado. Rozaría la cuarentena y olía a perfume. No
estaba acostumbrada a hombres con perfume. Se le veía serio y seguramente
estaba casado, aún se tocaba el dedo donde llevaba el anillo. Se percibía su
experiencia, no era la primera vez que hacía eso. Su pantalón de traje negro
era caro, y encima una camisa blanca, con los dos botones más cercanos al
cuello desabrochados dejando ver un pecho firme de piel morena. Seguramente la
chaqueta y la corbata que completaban el atuendo estaban en el coche, se lo
habría quitado antes de entrar para parecer más informal.
Una hora después estábamos en el
asiento del copiloto de su coche, un mercedes negro de tapicería blanca. Yo
estaba encima de él, moviéndome al ritmo que el supuesto tango que estaba
ensayando para mi espectáculo me marcaba. Sus manos acariciaban mi pecho y
bajaban hasta mi cintura para favorecer el trote que tanto le estaba
satisfaciendo. Me excitaba la falta de sentimiento, la ausencia de dudas y la
presencia de ese descaro en mí. Apoye las manos en el techo para frenar, los
cada vez más bruscos, movimientos que mi alterego en combinación con él
producían. Le notaba en mí, sentía el poder, el deseo que en se despertaba y
como el aura que mi personaje había creado estaba dando sus frutos. Me miraba
con intensidad, directa a los ojos, cuando note las palpitaciones que en los
hombres delata la llegada del clímax, y así fue. Le agarré la cara con las dos
manos y bese sus labios, mas bien devoré su boca cual premio que otorgas por el
trabajo bien hecho.
Esa noche estaba desinhibida, no
había prejuicios. Como él me había indicado, en el sexo no tenía que existir el
miedo, ni la vergüenza. Solo el deseo, el placer y el arte para alcanzar la
locura que en tu vida cotidiana no conseguías. Seguramente si el encuentro no
hubiese sido en un coche podría haber revivido alguna de las peticiones que al
principio tanto me escandalizaban por el temor a dar una impresión equivocada,
o que alguien se enterase de mis peculiares y recién adquiridos hábitos.
El sol me despertó acariciándome
la cara, abrí los ojos y noté como el rubor se expandía por mis mejillas al
recordar. En el espejo la desazón había desaparecido y la chispa volvía a estar
allí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario