lunes, 1 de octubre de 2012

Será la culpa...


El sol que entraba por la ventana, rozando sutilmente mi cara, fue el que me hizo despertar. Según fui cobrando conciencia de lo que había ocurrido, un nudo comenzó a formarse en mi estómago. Estaba desconcertada, dolorida pero sobre todo muy cabreada conmigo misma. Según fueron pasando los minutos, conmigo inmóvil en mi cama, supe que el sentimiento que estaba experimentando no iba a desaparecer tan fácilmente como en otras ocasiones.
Normalmente, hacer desaparecer de mi mente un recuerdo que no me agradaba o me provocaba angustia no me resultaba complicado, pero esta vez era diferente. Esta vez no era una acción consciente lo que me llevaba hasta aquí, había sido un acto totalmente descontrolado, al que no conseguía darle explicación.
Cuando algo que has hecho te hace sentir mal hay dos opciones, enfrentarte a la realidad y pensar que querías hacerlo pero no quieres reconocerlo porque sabes que no deberías, o simplemente pasar página como si no hubiese sucedido jamás. En este momento, no me servía ninguna de las dos opciones; porque lo había hecho de manera totalmente inconsciente y porque no quería hacerlo, ni siquiera se me había pasado por la cabeza. No se trataba de un deseo reprimido, ni de un impulso controlado hasta entonces...no sabía porque pero de nuevo, me estaba autodestruyendo.
No me importaba que tuviera consecuencias, ni la opinión que pudieran causar mis actos, aunque seguramente llegaría el momento de preocuparme de eso. Allí, tumbada en mi cama, con ese terrible dolor de cabeza, mi único interés era descubrir que coño estaba pasando en mi cabeza y porque mi cerebro había decidido dejar de funcionar correctamente últimamente.
Nunca me había sentido tan indefensa e impotente como en ese preciso momento. No sentía vergüenza, ni siquiera arrepentimiento (aunque también llegaría) solo descontrol y miedo. Miedo a volver a hacer las cosas mal sin ni siquiera planearlo, por volver a sentirme como hace tanto tiempo no lo hacía.
Me miraba en la ventana, veía mi reflejo, pero esta vez no me reconocía. Mis ojos estaban hinchados, seguramente por el alcohol consumido la noche anterior, aunque también podía estar provocado por las terribles ganas de llorar que me entraban al descubrir el asco que, yo misma me estaba dando. Mi cara demacrada, bien por la falta de sueño o, tal vez, porque por primera vez en mucho tiempo me sentía pérdida, sin ningún rumbo.
Es sencillo respaldarse en que haces las cosas por miedo. Como no quiero que me hagan daño, soy dura y fría. Como no quiero que me engañen, soy desconfiada. Como no quiero depender de nadie, nunca digo lo que siento. Lo realmente jodido es enfrentarse a que tú eres la que traicionas, la que mientes sin parar y la que acabas destrozando a la gente a la que realmente le has importado alguna vez. ¿Qué haces cuando descubres que odias en lo que te han convertido? ¿Que reúnes, todos y cada uno de esos defectos que siempre has despreciado?


No hay comentarios:

Publicar un comentario