Mi dislexia emocional me había arrastrado a esa
situación. Era la única explicación que se me ocurría para estar allí con él.
Cuantas veces le había odiado, negado,
criticado...y ahora era incapaz de resistirme. Una corriente eléctrica había
recorrido mi cuerpo cuando le vi entrar en ese baño. Todo el mundo estaba
fuera, cualquiera podría entrar y descubrirnos, pero en ese momento nada tenia
importancia, me daba igual. Mi conciencia estaba siendo silenciada por todas
las hormonas que recorrían mi cuerpo, la veía perfectamente, amordazada en un
rincón, intentando zafarse de esas pequeñas lujuriosas.
Había escapado de la fiesta buscando despejarme.
Dar un respiro a mi mente, que no dejaba de fantasear con él tocándome,
besándome… ¿Porqué me pasaba esto a mí? Yo era feliz. Quería a mi novio, mi
vida era estable y normal. Pero desde aquella noche en que le conocí, un huracán
había devastado todo lo que me satisfacía, mi yo antigua ya no existía, era incapaz
de pensar en otra cosa. Sí hubiese sabido las consecuencias, jamás le habría
hablado esa noche, tampoco le habría dado mi teléfono y mucho menos me habría
escapado con el a las siete de la mañana a desayunar. Hablamos durante horas,
el día nos apreso sentados en el sofá de esa casa que yo estrenaba con él.
Pensé que podríamos ser amigos, que el hecho de que respetara mi decisión de no
tener sexo era una señal de que controlaba la situación. Me gustaba sentirme
poderosa frente a él. Supe que me deseaba desde que descubrí ese destello en
sus ojos que delataba que me había transformado en su reto.
Jamás había debatido de una manera tan abierta,
sincera e incluso, soez, sobre mis fantasías. Hasta esa mañana, en la que me recogió con su moto en la
puerta de mi casa, minutos después de que el y su amigo me dejaran, nunca me había planteado las posibilidades que
el sexo me ofrecía, y sin pedir nada a cambio.
Estaba de espaldas, intentando que el oxígeno
llegase a mi cerebro, cuando oí el ruido de la puerta. Me giré lentamente,
mientras, todo el vello mi cuerpo se erizaba sin ninguna explicación lógica. No
hicieron falta palabras. Entre nosotros siempre sobraban. La intensidad que
desprendieron nuestros ojos al encontrarse fue suficiente para que supiese que
si no salía de allí, no podría evitarlo. El leyó mis intenciones, mi cara
debido revelárselo todo porque no me dio tiempo a esquivarle cuando agarró mi
mano. Noté como mi respiración se aceleraba, la sangre se agolpaba en mi cara y
mi corazón bombeaba con tal violencia, que le oía rebotar contra las pareces.
Apretó mi muñeca con tanta fuerza, que si no hubiese estado en esa burbuja de
deseo me había hecho mucho daño, pero hasta eso, me estaba volviendo loca. Me
dio la vuelta, con rabia, sin ninguna delicadeza. Apreté mis parpados, sabía que
si veía sus labios, su sonrisa perversa o sus ojos azules, no habría solución.
Estaba atrapada entre su cuerpo y la puerta. Su respiración también se entrecortaba
al ritmo que la mía. Podía sentirle. Como su entrepierna se apoyaba en mí y
crecía a la misma velocidad que nuestras palpitaciones. Sus labios rozaron mi
muñeca. Su lengua recorría lentamente mis venas y yo no resistí más. El deseo
nublo mi razón y mi boca buscó la suya con desesperación. No quería
razonamientos, excusas, ni nada...solo ansiaba eso, lo necesitaba. La violencia
de sus labios sobre los míos, el estar inmovilizada y el escozor que notaba en
la mano, me hizo estar a punto de desvanecerme. Cada embestida, cada roce, cada
presión de sus caderas sobre mí, convertía todo aquello en una espiral de sed
que corte de raíz.
Le alejé, con la misma rapidez que minutos antes
había usado para saborearlo por primera vez. De nuevo no hubo palabras. Solo el
movimiento de la puerta cerrándose a mi espalda y la promesa conmigo misma de
que NUNCA VOLVERÍA A PASAR.
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