Últimamente no estaba muy
acostumbrada a tener día de fiesta. Veinticuatro horas en las que no tienes ningún
tipo de obligación laboral y puedes dedicarte a ti misma.
Desde que me había afianzado en mi trabajo, el volumen de mi tiempo libre se reducía por semanas.
Desde que me había afianzado en mi trabajo, el volumen de mi tiempo libre se reducía por semanas.
Por eso cuando me encontré con un
jueves en el que, gracias a mi cada vez más hábil organización y la coincidencia
de que fuese fiesta nacional, no tenia absolutamente nada que hacer
me quede en blanco.
Intente seguir mi rutina el
máximo tiempo posible, levantarme a las 8, visita al gimnasio, té en el sofá
mientras veía la actualidad…la desorientación llegó a las 10 cuando yo,
normalmente, debía salir hacía el estudio para organizarme las labores diarias.
Hoy no tenía que hacerlo, hoy era libre. Fue cuando me di cuenta que no tenía
ni la menor idea de que invertir esas largas horas desocupadas que se me
presentaban. Y es que, la libertad mal gestionada te encierra en una cárcel mayor
que cuando no existe tal libertad.
Me acerque a la nevera y leí esa
lista de cosas, que a diario apuntaba como pendientes y que nunca tenía tiempo
para llevar a cabo. Eran, en su mayoría, tareas del hogar que me resultaban
incomodas y poco apetecibles pero que si no hacía hoy, no serían hechas nunca.
Arranque el pequeño papel amarillo que se había convertido a lo largo de las
semanas, desde que vivía sola, en una encadenación de seis post-its que me
decidí a hacer por orden de antigüedad. A las 12:30, cuando había tachado la última
de los dieciséis guiones de la lista, no todas llevadas a cabo con la
profundidad que mi madre me habría requerido, la sensación de orfandad volvió. Hasta
aquel día no me había percatado del cambio que había experimentado y no solo mi
vida, sino mi personalidad.
Supongo que cuando los cambios
son sutiles y se producen poco a poco es más difícil detectarlos hasta que te
chocas contra ellos. Tal vez, para la gente que convive contigo es más fácil
reconocerlos, o incluso para la gente que te conoció en un tiempo atrás y por
cosas del destino, mi tan venerado destino, te vuelves a cruzar. Porque cada
uno vivimos una realidad, nuestra realidad. Y con un poco de suerte conseguimos
que esa realidad se coordine con la de personas que caminan a nuestro lado.
Nunca he entendido cuando, en un
programa de televisión, escucho a alguien decir que va a contar su verdad. ¿Su
verdad? ¿Es que existe una verdad para cada uno? Yo creo que no. Que en todo
caso, lo que van a compartir con lo demás es su visión de la realidad.
La verdad es algo objetivo, inalienable. De
ahí, que cuando no se puede asegurar algo con total certeza se diga que no es
una verdad absoluta. Pero la realidad, eso es algo diferente. La realidad es la
interpretación que cada uno, como ser independiente, hacemos de las vivencias
que suceden en nuestro día a día. Nadie puede ser objetivo con la realidad. ¿Cómo
se puede intentar analizar desde fuera, algo que has vivido tú, que te ha
sucedido a ti, que has sufrido en tu piel? De hecho, es bastante curioso como
puede cambiar la percepción que has de una discusión, una declaración, un
acontecimiento o cualquier otra cosa; dejando pasar un lapso de tiempo. Y la
verdad de lo que paso no ha cambiado, si lo ha hecho tu visión al enriquecerla
de más experiencia, de más edad, de mas conocimientos o simplemente, de otra
perspectiva.
Algunos ejemplo en mi vida de
distorsión entre mi realidad y la verdad, se me han aclarado ahora que me he puesto
a pensarlo.
Mi realidad: Solo es sexo no
significa nada; puede estar con quien quiera, no soy celosa; si esta conmigo es
porque me quiere y si no que se vaya, no me importa.
Verdad: Si no me ha llamado después
de acostarnos es porque para el solo era un polvo más; no puede importarme que
este con otras porque no soy nadie para él y voy a sufrir; ¿Por qué ya no
quiere estar conmigo? Yo no he cambiado ¿Que he hecho mal?.
Y esto podría ser una enorme
lista, que ocuparía mucho más que seis post-its si analizara punto por punto
cada dimensión de mi vida y la cantidad de adornos que voy poniendo en mi
realidad, para no enfrentarme a la dolorosa verdad. Pero… ¿Sabéis qué?
Al final la que vive conmigo
misma a diario soy yo, así que voy a decorar mi realidad tan bonita como pueda
cada segundo. Esto no significa que me engañe, se lo me espera hay fuera, sino
que mi única meta en esta vida es ser tan feliz como pueda y si para ello, es
necesario maquillar la vida…pásame el pintalabios rojo que hoy es un día para
estar seductora.
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