Es curioso como puedes pensar que has dejado un tema
zanjado, y que, en cuanto te tumbas en la cama dispuesta a dormir vuelva a
asaltarte como si de una banda de cuatreros se tratase. Se apodera de tu mente
no permitiendo que nada mas ocupe tus pensamientos, en mi caso, hasta que
provoca tal dolor de cabeza que me imposibilita conciliar el sueño.
Hace un tiempo hable de los diamantes de nuestra vida, esa
gente que te aporta, te mejora, te hace crecer; incluso sin que tú ni ella os
deis cuenta. Pues, como en todo en esta vida, también existe la otra cara de la
moneda, su yang, las piedras.
Piedras, son aquellas personas que te empeñas en mantener en
tu vida a pesar de que no exista ningún motivo para ello. Gente a la que te
esfuerzas por justificar, una y otra vez, no solo frente a los demás, también
frente a tus ganas de alejarla de ti cada vez que te dañan. Y no es que te
provoquen dolor de manera intencionada, simplemente que el ímpetu que tu pones
por autoconvencerte de que merece la pena mantenerlos a tu lado, es incluso mayor
que el que ellos mismo aplicarían si les dieses la oportunidad de que fueran los que tuviesen que exponértelo. Creo que ese es el motivo por el
que no suelo enfrentarme a ellos. Dejo que pase, porque al final, la energía
que se habrá agotado es la mía y ellos… las piedras son insensibles,
inquebrantables y a veces tan grandes que eres incapaz de moverlas.
Tengo la teoría, que cada persona tiene un número de
lagrimas asignadas que eres capaz de derramar por ella. Evidentemente no es un número
al azar, ni una cantidad igual para todos. Es proporcional a la cantidad de
alegrías que te ha proporcionado, de las sonrisas que te ha inspirado y de los
momentos inolvidables que habéis compartido. Cuando alguien te defrauda, o te
daña, lloras y vacías un poco ese cubo de amor que has ido llenando poco a poco
y te duele. Cada gota que dejas salir, duele tanto como si te atravesarán el
corazón, como si te estrangularan las ganas de querer y no te permitiesen
respirar. Pero a pesar de ello, aunque ocurra en varias ocasiones, si lo
merece, tendrá la oportunidad de volverlo a llenar y que olvides lo que
sucedió. Y tengo que agradecer que la mayoría de mis cubos estén rebosantes y
nunca me ha costado en demasía perdonar.
El problema llega cuando las desilusiones se suceden
demasiado seguidas. Cuando no te dan tiempo a recuperarte del primer golpe,
cuando ha llegado el siguiente. Cuando ves el fondo del cubo con total
claridad, porque lo han dejado sin lágrimas. Cuando el dolor de sus acciones
desaparece y da lugar a la ira, o peor aún a la total indiferencia, a algo que
era previsible… ese es el momento en el que debes reconocerte que esa persona
es una de tus piedras. Alguien que te resta más de lo que suma a tu vida, que
provoca más dolor que felicidad. Y aquí llega el conflicto, ¿Qué puedes/debes
hacer cuando se evidencia la condición de piedra de alguien a quien apreciabas?
¿De una persona a la que has cuidado y querido? No siempre puedes eliminarla de
tu vida por completo, ya que hay más lazos que los propios uniendo vuestros
caminos. Es en esas ocasiones, en las que más fuerte y grande te tienes que
hacer, relegándolas al lugar que se merecen en tu lista de prioridades, el sitio
que sin querer verlo tú has ocupado en su vida.
Soy una persona que necesita amor en su vida, pasión que no
solo me lleva al enamoramiento ciego común, también me enamoro constantemente
de la gente que no me falla, que me apoya y guía en el laberinto de emociones
que es mi día a día. Y si esos caminos los recorro con una mochila pesada y que
me dificulte el viaje, será porque estará llena de diamantes, diamantes más
duros y pesados que las piedras pero con infinito valor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario