Hacia un buen rato que había
anochecido y yo aún estaba frente a los retoques de mi último trabajo. Observándolo
en profundidad, era innegable el progreso que había conseguido día a día. Y es
que, el talento no siempre es suficiente, de hecho, nunca suele serlo. Tuve un
profesor que siempre nos decía: “En esta profesión, como en la vida, los
porcentajes están claros. Hay que tener un 20 por ciento de talento, un 30 por
ciento de formación y un 50 por ciento de suerte”. Me encantaría decir que no
tenía razón, pero la verdad es que siempre he sido muy afortunada. No es que no
me haya esforzado, pero digamos, que mi 80 por ciento ha pesado mucho, mucho, y
he sabido rodearme de gente que me ha facilitado bastante el camino. Supongo
que ese es uno de mis talentos, consigo que la gente me ayude, en muchas
ocasiones sin pedirlo. Porque, si bien es verdad, que se echarle morro a la
vida si no queda más remedio, intento depender del exterior lo menos posible.
Sé que no soy única en este
aspecto. Es una generalidad, esa terrible frase que mucho utilizan de “si no lo
hago yo, no lo hace nadie”. Y pensando en esto, sigo sorprendiéndome de lo
contradictoria que soy. Conocerme es toda una aventura. No me cuesta delegar,
es decir, que alguien haga algo por mí, pero odio depender de que alguien lo
lleve a cabo. O, me gusta que la gente me necesite, pero no ser la única que
pueda hacerlo, porque no me gusta que dependan tanto de mí. En cierto modo,
todo se resume a que tengo miedo al fallo. Me aterra fallar a las personas, o
que alguien me falle a mí. Por ello, nunca serví para los deportes de equipo,
porque si hay alguien a quien echarle la culpa de algo, aparte de a ti mismo,
tendemos a la inercia de no autocastigarnos.
Intentamos ser islas. De esos archipiélagos
aislado, que de vez en cuando oímos que ha sido comprado por un actor famoso.
Nos gusta ser exóticos, exclusivos, poco accesibles, pero saber que en el fondo
alguien sabrá apreciar nuestro valor y pagará el precio. No para invadirnos,
sino para disfrutar de nuestras, en ocasiones, incomodas virtudes.
Hasta hace muy poco tiempo, no me
había dado cuenta de lo importante que es tener a una persona que te escuche, y
tenga los arrestos, de ser sincero. Y es que, en más ocasiones de las que
debemos, tomamos decisiones sin haberlo visto desde otra perspectiva. Está
claro que nuestras decisiones son nuestras y de nadie más, pero a veces nuestra
visión está muy viciada, y es mejor hacer una consulta externa. Hasta los más
grandes empresarios, se rodean de consultores para los movimientos importantes.
Nadie piensa que sean débiles o peores empresarios por ello, todo lo contrario,
saben que un buen asesoramiento, a veces es fundamental para un resultado óptimo.
Ahora es importante, ¿Qué características
tiene que tener nuestra Life Consulting? Es
decir, nuestro asesor vital. Es vital que su visión de la cuestión de manera
global sea parecida a la nuestra, no totalmente contraria. Por ejemplo, si eres
una persona que opina que la infidelidad suele tener un motivo, no puedes
consultar tu duda frente a esta cuestión a alguien que lo hace como algo
natural, o que lo sataniza. Tiene que ser alguien que fuera de tus vivencias
que te absorben en ese momento y no te dejan pensar con claridad, pueda
exponerte un razonamiento semejante al que harías tú, en pleno uso de tus
facultades mentales. Por lo tanto, debe ser alguien a quien conozcas en
profundidad. No tiene por qué ser siempre la misma persona. Es cierto, que
puedes tener especialistas en cada área, y esto suele pasar, cuando tu grupo
más cercano se compone de varias amigas. Es posible que cada una tenga su campo
de acción, pero debes saber cuál es el de cada una, porque tener demasiadas
opiniones divergentes de un mismo tema, te lleva al efecto traje de novia. ¿Qué
significa esto? Imagínate eligiendo tu traje de novia, ¿A quién te llevarías? A
tu madre, a tus amigas, a tus hermanas… ERROR!! ¿En serio crees que tu madre
tendrá el mismo gusto en vestidos que tu amiga de las minifaldas, o tu abuela que
tu hermana la punk? ¿No será más lógico llevarte a esas personas con las que,
en lo que a moda se refiere, tienen un gusto afín al tuyo? ¿Alguien que sea
capaz de decirte, que el traje con el que siempre habías soñado te sienta fatal,
pero que otro en el que no te habías fijado es tu estilo y te sienta
maravilloso? Pues con las dudas trascendentales pasa lo mismo, hay que ser
selectiva y optimizar.
En demasiadas ocasiones, tomamos
un camino de manera precipitada o sin haber consultado con nadie los pros y los
contras de lo que pensamos, empujadas por el miedo a que lo que nos digan nos
influencie demasiado y perdamos nuestra opinión. Pero no consiste en que
decidan por nosotros, sino que nos muestren cosas en las posiblemente no nos
hayamos percatado. Nunca podemos dejar que alguien tome una decisión importante
por nosotros, porque esa es la mejor manera de que algún día nos arrepintamos
de haberlo hecho y encima tengamos a quien culpar. Es más fácil aprender de los
errores que uno mismo ha cometido, pero es posible evitar ese error si alguien
con la mente abierta nos orienta hacía un camino un poquito más escondido que
los evidentes a nuestros ojos. Hay que perder el miedo a que la gente nos diga
lo que no queremos oír, a que nos muestren que podemos estar cagándola o incluso,
que tenemos razón. ¿A qué todos os habéis parado a pensar de quien se compone
vuestra Life Consulting? ;)