miércoles, 9 de enero de 2013

Plenitud


Ya ha pasado, era un sueño. Me lo repetí, una y otra vez como un mantra, mientras intentaba colocar la maraña de sabanas que se había formado en mi cama, a causa de las vueltas que había dado durante los segundos que habría durado mi pesadilla.
Eran las tres de la mañana y mi habitación estaba sumida en una oscuridad absoluta, y dado, que el sueño me había abandonado por completo, me senté en la cama ha recapacitar sobre mi entrada en el año nuevo. No soy una persona asustadiza ni miedosa, pero si me angustio con facilidad, y la entrevista que tenia al día siguiente me había alterado.
No solía tener mucho tiempo para reflexionar, o yo me aseguraba de no tenerlo, porque siempre me llevaba a una espiral de autocompasión, por descubrir que no había conseguido nada de lo que me había propuesto. Lo que, en un momento de mi dura carrera por madurar, me hizo darme cuenta de lo poco que valoramos lo que tenemos siempre que haya algo que deseemos y no hayamos conseguido todavía. Ese día, cobró sentido la frase de que “uno se acostumbra pronto a lo bueno”, tan pronto que deja de parecerle importante. Infinidad de veces he pensado en lo autodestructiva que soy, en que, en vez de ser feliz con lo mucho que logro, me castigo por lo que no alcanzo. Aunque es ese exceso de exigencia el que me ha llevado a poder afirmar con ningún atisbo de duda, que soy feliz.
Para entender mi nuevo estado anímico, me ha resultado fundamental diferenciar entre dos afirmaciones, parecidas, comúnmente confundidas, pero muy diferentes… No es lo mismo decir: Estoy feliz (Algo efímero y momentáneo) que Soy feliz (Una constante y característica). A pesar de todo lo que me ha pasado, y al hacer, el típico pero no por ello menos útil, balance de año vencido, he descubierto que por primera vez lo bueno gana a lo malo. No solo es eso, sino que me aproximo con preocupante exactitud a la que era yo en mi imaginación con 25 años, cuando era una niña. Por eso, estoy en la envidiada posición de ser feliz. Obvio, no estoy feliz las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, doce meses al año, pero en una visión global, lo soy.
Estoy segura de que mi cerebro sufre desequilibrios químicos, lo que me provoca vivir en una constante montaña rusa de sensaciones contradictorias. Sin motivo ninguno puedo sentirme mal, vacía, frustrada y desdichada; y al día siguiente sin acontecimiento que provoque una variación importante, estar feliz, plena y rebosante de energía positiva. Por lo que, para mí y gente como yo, es vital, cada cierto tiempo ver que es lo que realmente necesitamos para ser felices. No me refiero a una lista literal, en una hoja de papel. Pero sí, mentalmente, sin ser caprichosos, infantiles ni irracionales, realizar un estudio de nosotros mismos y observar que necesitaríamos para sentirnos satisfechos. Y premiarnos, como a niños pequeños cuando sacan buenas notas o se comen todas las espinacas, cuando nos revelamos habiéndolo  conseguido. Es posible, que eso nos lleve a pedirnos cosas nuevas, y a ver que nunca llegamos a tenerlo todo, pero no es malo. Es maravilloso que cada día nos levantemos con algo nuevo que ambicionar y por lo que pelear.
Me volví a tumbar, deslicé las sábanas lentamente por mi cuerpo disfrutando de cada fibra acariciándome hasta taparme por completo y cerré los ojos. En mi mente se reprodujeron los motivos de mi fortuna, mi casita, que aun siendo pequeña y sin grandes comodidades, era perfecta; mi familia, que aunque disfuncional y desequilibrada, tenía momentos muy buenos; unos amigos que, a pesar de estar en la sombra en ocasiones, siempre sentía cerca y mi trabajo, que me mantenía, me satisfacía y, después de mañana, podía tener la oportunidad en la mano de ser lo que siempre había fantaseado.
Tuve un nuevo mantra que repetir, soy feliz, soy feliz, soy muy feliz. No volví a despertarme en toda la noche.

No hay comentarios:

Publicar un comentario